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AQUEL AL QUE TODOS ODIAN: EL TORO ALADO

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La luna llena de aquella noche, iluminaba los campos, como presagiando con su luz el drama de sombras al que en un futuro estaría abocado el nuevo morador. Todos los residentes de la finca disponibles en el momento crucial, aquel en el que los ojos desperezándose, se abren al mundo, ese, en que madre e hijo enfrentan el primer contacto visual después de tiempo de sentirse sin verse. El grupo se arremolina alrededor de la parturienta con el propósito de ofrecer su ayuda en un parto que, asomaba difícil; el neonato venía de nalgas como profecía futura. Había que emplearse y estar preparados para una tarea que duraría horas. Pasado el trance primero, el ya infante, era tratado junto a la manada con mimo y cuidado. Correteaba feliz por los prados ignorante del futuro rojo que, como un espía, esperaba detrás de la valla. Cohabitaba en ese paraíso protector, amparado hasta la caída del cordón umbilical.                                                                          «Toro alado»

UN PALACIO EN MEDIO DE UN LAGO

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Los primeros casos de indisposición aparecieron sin previo aviso, tal es el caso de las enfermedades que aparecen de la nada y van tomando posesión del territorio donde aterrizan sin permiso, impúdicamente. El primer caso fue tomado sin conceder la importancia que el tiempo se encargaría de otorgar. Con frecuencia se piensa que será algo pasajero, anecdótico, que desaparecerá igual que vino. No solo no desapareció, sino que iba creciendo a través de los días, de tal forma que, al desgobierno de aquella latitud, no le quedó más alternativa que habilitar un recinto donde instalar a aquellos niños, porque la nueva enfermedad, desconocida para los galenos consultados, asombrados de que el mal solo afectara a los niños. Reunidos los mandamases en concilio, asomó la cabeza pensante –que no inteligente- del grupo, el cual creyó conveniente para el organismo, -que lo fuera o no para el acogimiento era cosa de segundo grado-, a ellos les venía importando de poco a nada las condiciones idóneas o

HAIKUS -II-

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  Las flores tienen mojados de cielo sus ojos.  Mientras, el anciano árbol poblado de arrugas  contempla su ocaso,  ellas,  inician su amanecer. ©consuelopérezgómez   El epitafio quedó ensombrecido a la luz de las tinieblas. Los bancos son guardianes, depositarios de verdades. En un banco quedó la impronta de los abrazos perdidos.  ©consuelopérezgómez El camello mira a través del ojo de una aguja, desde donde se divisa una lejanísima montaña nevada. El blanco gélido y la arena dorada no pueden unirse sin destrozarse. ©consuelopérezgómez

EL CARTERO DESAPARECIDO

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Habían pasado tres meses desde que vio por última vez a Regino cargado con su morral desgastado por la lluvia, el sol, los temporales que como inquilinos desaprensivos tomaron posesión del saco depositario de tantas vidas que el azar depositaba en blancos sobres, para cuyo contenido, algunos destinatarios no estaban preparados. Regino, llevaba miles de horas vividas con el costal pegado; mientras repartía las misivas iba elaborando historias para cada una de ellas. Imaginaba que podría ocurrir en el interior de esos sobres. A través de los años, el contenido de la saca iba adquiriendo un nuevo color, nuevas formas de comunicación acabaron con el arte de escribir cartas, de describir sentimientos, estados, de mandar escritos reconfortantes a un amigo, a un conocido, para ayudar con ello a superar el trance en que se encontrara. Cartas incluso a posibles enemigos, que no eran tales, sino imaginaciones paranoicas hermanas del aburrimiento. «Ya no se escribe; el mundo cambia y yo no me

MIS HAIKUS

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  #MiHaiku. ©consuelopérezgómez

UN JUEGO DE NIÑOS

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Ella, prepara la maleta. El niño se acerca y deposita su osito en la valija: «Para que papi duerma bien». Ella, intuye la ausencia impresa en cada objeto consignado. El niño juega. Ella, lo mira; por un momento se ausenta de lo porvenir. Ella también quiere jugar a salir del escenario. El niño deslumbrado por el arsenal de hombres desfilando, quiere ir a jugar con ellos. ¡Divina inocencia! La sombra de la madre siempre alerta: «Niño, ¡Eso no!». El niño no desafía el poder maternal; el niño solo quiere jugar. En el futuro quizá comprenda –o no- el juego de ese juego. El poder de la mente desafía al de la fuerza bruta. Mariposas que arrastran piedras contra la desdicha mostrando una vez más que la fortaleza está en el querer y no en el poder. He visto maletas vacías, maletas llenas de vacío, vacío de maletas, y, maletas llenas de desesperanza, pero nunca he visto una maleta que no incluyera en su interior un gramo de ilusión, de esperanza en el viaje… En ocasiones las gue

TANTO MONTA, MONTA TANTO

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  ¡No seas bovina! ajústate las gafas o todas las *bacas del huerto de laureles que vamos a atravesar van a tomar posesión de tu retina. —¡Y tú qué lo digas! ¡Muuuuuuuuuuuuuuu! Él, hablaba con su vaca Rosalía. El personal creía que algo no andaba bien en la cabeza de Lolo para creer que mantenía un diálogo con un mamífero de cuatro patas, vegetariano y cantante. Lo tenía todo el herbívoro. —Yo, lo que más temo es que un día se canse y no me conteste, o peor, que se quede muda. Es mi único miedo. —Decía Lolo. Y, así, de pueblo en pueblo, de feria en feria, Rosalía, emitía sus ¡muuuuuuuuuuuuuuuussss! que a decir de los entendidos era pura poesía calcadita de Góngora,«poesía» que hacía crecer su bolsa a reventar de maravedíes, y si te he visto, no me acuerdo. Lolo la mimaba tras cada actuación. Cubría su cuello con pieles importadas de China; le daba a probar los más ricos manjares siempre con la intención de mitigar el miedo a que por un «quítame ahí ese micrófono» fuera o fue

ALGO HUELE A PODRIDO

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A causa de un incidente de esos que en principio no parece que vayan a causar mayor problema, Adelina, había perdido parte de su sentido olfativo. Pese a esa disminución olfatoria, aquel olor llegaba escandalosamente hasta su nariz, se colaba por las rendijas de la casa, y activó todas las alarmas de su cuerpo, puestas a funcionar con la precisión que un hilo conductor eléctrico no habría superado. No podía saber, por el momento, ni de dónde ni cuál era el origen de semejante fetidez; se encaminó hacia la puerta del apartamento; al abrirla, una nube gaseosa la empujó hacia adentro, como conminándola a no asomar el cuerpo, como si con el empujón estuviera mandándola un mensaje de: «Quédate quieta, no te muevas, no respires» . Dentro de casa iba acumulándose poco a poco junto con el olor, una neblina suave, todavía, pero que en el transcurso de las horas fue tomando forma de nebulosa gris, imposibilitando con ello los movimientos de un lado a otro de las diversas estancias sin peligro

DUELO

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Nació con un dedo de menos en su mano izquierda, motivo por el cual le encasquetaron para los restos el apodo de «el manco» . Manco, no era, ni literal ni metafóricamente cuando se usa el adjetivo queriendo designar carencia de pericia para cualquier asunto de la vida. Su maestro don Leonardo nada más verlo se percató de la valía Blas y desde ese mismo momento, sintió un verdadero afecto por el muchacho. Siempre que se presentaba la ocasión, don Leo, aprovechaba para poner de escaparate el mérito de su discípulo. El proceder de don Leo que en principio habría tenido que ser, además de buen acto tratando de aumentar la autoestima del muchacho, logró un efecto devastador en el resto de pupilos que agarraron una tirria monumental contra Blas al que ya no podían tener sino envidia, ese pequeño «defectillo» divulgador de tantas guerras mundiales. Una tarde a la salida del colegio, a Blas, le esperaba un grupo comandado por Robertín, el líder del pelotón de odiadores recalcitrantes. For

SI TE HE VISTO NO ME ACUERDO

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Paula había sido a lo largo de toda su carrera una maestra devocionaria, de las que cuidan a sus alumnos regándolos cada día con conocimiento de causa mientras los prepara para afrontar lo que la vida se digne asignarlos. Sus convecinos la asaltaban día sí día también con la misma monserga: —«Paula, mujer, ¿Por qué no se jubila usted ya?, qué bastante ha hecho para desasnar a tanto ganado como ha pasado por su escuela». Paula tenía tan interiorizada la frase que ya ni la escuchaba, contestaba con una sonrisa mientras daba vueltas con la llave en la cerradura de su vieja casa que, chirriando, se resistía a facilitar el paso como si con ello quisiera mantener fuera de sus muros a la maestra, y esta, siguiera escuchando el mantra de sus vecinos. —«¿Qué haría yo sin mi escuela, sin mis pupilos, sin mis tareas diarias?». —La cerradura vence su resistencia y Paula continua con sus cavilaciones dentro de casa. Era martes, 29 de febrero, once y media de la mañana. En clase de filosof