CRÓNICA EN LOS ALBORES DEL MMLX


Lía rebuscaba entre todos los artículos, libros, recortes, post…que encontraba desde que se puso como meta escribir la crónica del año donde todo ocurrió.

Un periodo del que hasta el momento no conseguía poner luz a tanta fabulación escrita. Quería un libro, novela, nivola…algo distinto, algo que no estuviera en archivos, bibliotecas o centros de documentación, manipulados en su día por poderes fácticos para colorear una verdad que no afloraba.

Las charlas con su vecino del séptimo C, sobreviviente del año en que todo pasó, fueron conduciéndola por un camino inesperado.

A sus cien primaveras, Pío conservaba la lucidez que da el haberlo perdido todo…él, y solo él, fue el que acertó a poner en su camino el hilo del cual comenzar a tirar.




Pío:

—Nadie sabe cómo empezó ni por qué…rumores…rumores…hasta que la realidad nos enfrentó a todos contra todos. Nos cubrimos las caras. El silencio era atroz. Nos miramos con desconfianza, mientras, apareció un hecho insólito imposibilitando que siguiéramos viéndonos las caras. Cada mañana el «parlante» anunciaba cuatro o cinco nuevos casos:

—«En el barrio de M. han aparecido tres personas ciegas que hasta ayer gozaban de una vista excelente».

 



Así un día…y otro…y otro…la noticia siempre era la misma. Científicos y expertos no acertaban con lo que estaba ocurriendo si bien el resultado era que, los hasta ahora invidentes contagiaban a diestro y siniestro su ceguera a los videntes, invirtiendo el orden de los que pasaban de la luz a las tinieblas. Al final se salvaron dos…o quizá uno…no puedo saberlo, pues desde entonces vivo encerrado en mi tiniebla.




Solo sé que la ciudad se cubrió de vegetación y fue repoblada por especies animales que se desplazaban en velocípedos metálicos. La naturaleza triunfó ante la falta de escrúpulos de la mal llamada «raza humana», y, en la tierra, quedamos tú y yo para contar la historia de un año que cambió el destino del universo.




—La pregunta del millón es: ¿Cómo he llegado yo aquí?

—Esa es muy buena, pero…lástima que no tenga una respuesta para ella. La única afirmación cierta qué puedo hacer es que ya no necesito gafas de sol.





Epílogo.

—Los hechos aquí narrados carecen de verificación por lo que cabe pensar que, quizá los acontecimientos se desarrollaran de forma distinta. 







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