UN HUMANO EN EL JARDÍN
Una vez tuve un sueño.
En la jungla aparecieron por arte de birlibirloque unas extrañas plantas a las que los aborígenes concedieron reunidos en asamblea y, así se acordó denominar con el título de: «seres humanos» a aquellos raros brotes.
La estación de las lluvias
contribuyó a la extensión de los hasta entonces inusuales arbustos. Los nativos
no podían adivinar hasta qué punto acababan de poner nombre sin saberlo a quien
en un cercano futuro se convertirían en sus exterminadores.
Un minuto de debate puede
llegar a ser depositario de un siglo de sabiduría, lejos de la presunción
cleptómana que el espacio intenta arrebatarle y, dejando de esa forma huérfana
la sapiencia adquirida por un grupo que siempre presumió de lucidez en sus
decisiones.
Hoy los «seres humanos»
habitan selvas creadas sin juicio. De fondo suena la música de un réquiem por
la jungla perdida, convertida la pertenencia al sueño de alguien extraviado en
la utopía de lo que pudo ser y no fue.
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