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EN ALGÚN LUGAR DEL MUNDO

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Nunca le gustó discutir al tío Olegario, pero tenía por vecino de una finca rústica heredada de su abuela a uno de esos tipos que van buscándote las vueltas hasta que por cansancio o aburrimiento te encuentran. Las historias con finales felices ocurren en los cuentos de hadas, y, aun así, existen dudas razonables de que en algunas esto llegue a cumplirse. Amanecía. —Voy a acercarme a la finca —dijo en un susurro a su mujer que dormitaba al otro lado de la cama. —¿Llegarás a tiempo para ayudarme a matar los pollos? —preguntó ella. —De seguro que aquí estaré, no te preocupes mujer. —Contestó de mala gana Olegario. Camino de la finca se cruzó con otro de sus vecinos al que saludó de esa forma que solo las gentes de campo saben descifrar; gritan un ¡eh! a la vez que levantan el brazo como si quisieran tocar el cielo. En ese «¡eh!» va incluida toda una declaración de intenciones, no hace falta añadir ni un punto y coma. Al llegar al borde de su parcela se topó con el «incordia

CAVANDO TUMBAS

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Había pasado toda la noche cavando entre las tumbas. Su único deseo era tirarse de cabeza en la cama y despertar tres días después. Pensó en sus «inquilinos». ¿Qué se siente cuándo se deja de sentir? ¿Qué hay más allá de este lado? imposible saberlo —pensó. Lo más inquietante de todo era sentir que no podía apreciar la ausencia de sensaciones. Su madre no lo entendió jamás. ¿Cómo pudo unirse a ese grupo de mercenarios? Su hijo, aunque un poco introvertido, nunca fue mal chico… —¡Ay! De las malas compañías, de esas están las sepulturas llenas —se dijo. —De todos modos, nadie me echaría de menos… Olía a eternidad. Él, no lo sabría hasta llegar al agujero 12. Ahí tropezó con el camino que lleva a un destino compartido dónde los arrepentimientos están de más. A los pies de un hoyo profundo experimentó una rara sensación. Él, que se creía inmortal, en una de esas deshabitadas tumbas, se sintió igualado con el resto. —Esta podría ser mi nueva casa... ¿Y si no caváramos más tumb

CANADÁ FULL

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Alejandro, acababa de terminar arquitectura con buenas notas. Cursando la carrera asistió a la conferencia de un «refutado-televisivo-moderno-de moda», arquitecto. El tipo parecía salido de la película «El Gran Gatsby», todo repeinadito , reloj de los de cuatro cifras, zapatos italianos…  Una cosa positiva sacó de aquella anodina conferencia: el reconocimiento que puedas lograr adquirir, lo marcará en buena medida, tu destreza a la hora de trazar la raya de tu pelo…Nada baladí esta cuestión; a tener en cuenta por los recién licenciados, sino para añadir a su currículo, sí, al menos, para entender que, hay gente que puede vivir de su imagen como un rajá… Con su recién estrenado diploma se encaminó al temido cometido de: ¿Y ahora qué? Buscar en estudios de arquitectura; contactar con amigos y conocidos que pudieran arrojar algo de luz a esta ingrata tarea. La cosa pintaba peliaguda. A lo largo del doctorado se había planteado la posibilidad de instalarse en otro país. Nada le atab

¡ME HE COMPRADO UN SUJETADOR!

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—¿Cómo dices? —¡Qué me voy a comprar un sujetador! —Pues ha sonado como un: «Mamá me voy a la guerra». Es que, es algo peor, mucho peor. Una experiencia extrasensorial, kafkiana y, casi rayana en lo paranormal. Así empezó un día de tantos en el que ya no pude aplazar más la cuestión. Venía resistiéndome desde hacía tiempo. La situación de mis «sujetatetas», entraba en fase de indigencia total…total, que ahí, con estoicidad manifiesta, me encaminé a… ¿Cómo se llama el establecimiento dónde venden estos «obuses»? ¿ferretería? Nunca se me dio bien la cuestión, pero es que, desde hace un tiempo, la cosa se ha puesto peliaguda, a tal punto que parece necesario un máster en física cuántica —para no morir de fracaso en el intento de dar con la pieza adecuada—. Una vez elegida la tienda en litigio, procedes a la inmersión en un mar de dudas,   —imagino aquí   un biólogo marino buscando a Neptuno—, buscas, miras, remiras: «este no; este tampoco; este menos»…y así, hasta la extenuaci

TURBULENCIAS DEL 68

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En la mañana de aquel mayo del 68 los pájaros cantaron al revés. Pierre se levantó con el ánimo torcido. Desayunó a la carrera, se vistió a contracorriente, —¿Qué más da? —pensó—, total y para lo que me espera igual podría aparecer desnudo. Sumido en sus cavilaciones no había reparado en el reloj de pared, parado en las tres y siete minutos. Continuó yendo y viniendo por la casa, desorientado. Su cabeza era un hervidero de ideas, no conseguía pensar con claridad el siguiente paso que debía dar. Mal vestido se lanzó a la calle: silencio. Desierta, como si la humanidad hubiera desaparecido durante la noche. Sintió un escalofrío que lo dejó parado un instante en medio de ese vacío. Siguió adelante hasta desembocar en una plaza donde se habían concentrado pequeños grupos entre los que sobresalía un cabecilla tratando de convencer con su alegato a los reunidos que, miraban con recelo sin entender muy bien el mensaje de ese fulano del que, en principio, desconfiaban. Se decía en los mentid

¿AMNÉSICA? SÍ, PERO POCO.

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Despierto con la indefinida sensación de siglos de sueño sobre mi espalda, como si cargara sobre ella un peso imposible para mi envergadura. Hablo de percepciones porque en un intento desesperado por tratar de recordar como he llegado hasta aquí, no aparece nada…solo la nada inunda un todo vacío. No hay dolor físico por más que los músculos gritan a una: «nos han apaleado».   «Esto tiene toda la pinta de un aterrizaje forzoso» —pienso. A través de mis párpados se cuela una luz azul, potente, irredenta, como si de una aparición fantasmal se tratase.   Todo es nuevo, no consigo reconocerme sobre el terreno, tampoco físicamente al verme reflejada en el espejo de esa cosa metálica con la que amanecí, resucité o lo que quiera que sea que esté pasando, porque hasta este punto, no consigo poner en orden nada de nada. Desde el primer momento y en medio de esta distopía, supe que, algo había cambiado sin saber el cómo ni el porqué. No solo aquel extraño presentimiento que recorría mi c

LA BUENA EDUCACIÓN

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Todo empezó aquella mañana nebulosa cuando mi madre me dejó por primera vez en la escuela. Sentí que me abandonaba en aquel mundo desconocido con la sensación de que jamás volvería a verla. Entré en pánico, llorando, como solo puede hacerlo un niño de tres-cuatro años  —creo que tendría— en ese momento en el que  se siente inundado o desprotegido. Me agarraba a su falda como si quiera incrustarme en ella, en nada me consolaban las palabras de la que iba a ser mi primera maestra, palabras cariñosas, promesas de lo bien que me iba a encontrar allí. Inútil todo intento por parte de las dos —mi madre y mi maestra— paralizada por el miedo no creo o no recuerdo que a esa edad los recursos adquiridos sean suficientemente efectivos para dominarlo. Luego se suceden las diferentes etapas en las que te van adoctrinando y convirtiendo en una niña buena , trabajo de campo que lleva toda una vida después, en el intento por enmendar en lo posible esa labor que con tanto ahínco llevaron a cabo nuest

DESLUMBRAMIENTO

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Desde ese tiempo remoto en que nos contaron la historia de tres magos que, entre otras cosas, conseguían la maravilla de regalarnos —o no— una vez al año eso que ni siquiera sabíamos que necesitábamos. La ilusión de la espera, la decepción de la llegada, todo aceptado con el bien conformar de una educación que los niños de hoy no entenderían, o peor, la observarían como si de un marciano se tratara. ¿Qué se celebra en navidad? Sin entrar a valorar lo que pueden mover ciertas religiones y, respetando el libre albedrío de cada cual, me cuesta aceptar lo que veo a mi alrededor. Deseos de paz y felicidad son atributos de fácil encandilamiento; mejor si se llevan a cabo durante todo el año, porque de verdad que así no sirve. No sirven ya por obsoletas las fórmulas del pasado y, todo queda en aguas de borrajas que no por mucho repetir llega a hacerse verdadero. Si de verdad es tiempo de reconciliación y paz dejemos de mirar nuestro ombligo y volvamos la vista atrás, a la derecha, a l

UN PEZ AHOGADO

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Están los perdonavidas y, los que quizá porque no saben perdonarse a sí mismos tratan por todos los medios de colocar su mediocridad al prójimo. Aquellos que te miran con todo el rencor acumulado de siglos del cual se desprende que algo mal debe andar en sus vidas para que tú seas el objeto de su aniquilamiento. Hay lágrimas necesarias; necesarias en el plano fisiológico que, de otra forma y sin salida el cuerpo reaccionaría váyase a saber de qué manera. Muy conveniente es saber elegir los enemigos y las batallas, de esto, dependen en gran medida, sino en todo, el resultado de la contienda. Demasiado harta, esa es la palabra, hubiera utilizado cansada, pero no, es hasta el hartazgo donde me llevan actitudes provocativas de las que no creo formar parte ni ser objeto útil; nada tengo que ver ni batallar con los conflictos que me son ajenos no porque pierda interés en lo concerniente a la parte humanista, sino todo lo contrario. Me parecen actitudes, actos deshumanizados traídos a