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AWAY

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Región pantanosa de Tuvalu. Mes de octubre, estación de los monzones. Habitados de leyendas, toma fuerza la de una mano misteriosa que aparece para a continuación desaparecer sin dejar rastro en los cambios lunares, asesinando todo lo que encuentra al paso. En el fantasmal puerto desembarca un grupo de detectives holandeses. Al frente de la expedición un tipo escuálido inspira más pena que respeto. Tres asesinatos en un mes atraen a esta tripulación. La curiosidad o interés por el descubrimiento los lleva a un mundo tenebroso o a una aventura de dudoso final. Los acompaña una anodina mujer de penetrante mirada —lo único destacable en su presencia—. —Pitido del walkie talkie: «ha aparecido un cadáver en la región habitada por la tribu Away» … Perdidos en una región de la que solo conocen el nombre…perdidos entre incógnitas indescifrables por el momento. ¡Tropezón! La mujer fija su vista en la ‘cosa’ que la ha lanzado contra el suelo: una mano larga, fina y azul asoma

BUS 678W

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La fantasmal parada del bus Nº 678W, que en una época conectó ruidosas ciudades convertidas ahora por azar, en tinieblas, aparecía cubierta de musgo y agua. El olor extraño que emitía, llegó hasta él; consiguió frenarle en seco. Desde la habitación donde todo sucedió se divisaba el apeadero, reunión multitudinaria en otro tiempo que, invasores de distintos pelajes tomaban al asalto cada mañana. Al abandonar su cama se dio de lleno con la caña de tres metros apoyada sobre un rincón. Una idea quedó anclada en su pensamiento: «No tocaré con ella valores inviolables».   El eco, machacón, cargante, le perseguía, empeñado en proporcionar el desasosiego que le hiciera saltar como un resorte. —No me hables…no me tientes, no me nombres…no soy yo…no me conoces… Se deslizó por el alfeizar de la ventana; rebotó en el musgo y quedó empalado en el métrico palo… Intentó pescar la nube de inmoralidad que rondaba por el andén. La caña se deshizo en minúsculos átomos descendentes sobre un br

DILETANTES

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¿Y tú? ¿Quién eres? —Preguntó el ingenuo diletante al experimentado monstruo. Las lunas se sucedían como cuadrigas en procesión. Mares de arena; mares de aves; mares de incomprendidas sirenas. —Como si fueras mi sombra; me sigues sin saber por qué ni para qué… ¿Acaso buscas refugio al amparo de mi espectro? Eso, será tu perdición -dijo el monstruo. —Yo, solo quiero bailar —respondió el aprendiz. —¿Sabes? Existen otras playas, otras visiones tras las que perseguir «eso» que no sabes que estás buscando. —El objeto no es el valor. Lo que cotiza al alza es la observación del camino —afirmó el diletante. —Nunca llegarás a nada —replicó el monstruo. —Te equivocas. He encontrado lo que no buscaba: a ti. —Comprendo —asiente el monstruo condescendiente. El mar de plata que avistaron en la lejanía los atrajo, arropándolos entre sus escamas. En el aire quedó suspendido el olor de todo lo incomprendido durante aquel trayecto fagocitador. El significado último de lo inaceptabl

EL TERCER OJO

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                          Cruza la calle como cada mañana. El mismo lugar. La misma hora. Algo ha cambiado en su manido paisaje. Incapaz de sustantivar «aquello», continúa, tratando de esquivarlo. El tercer ojo lo vigila, sigue sus pasos sin darle alcance… Delante de la puerta de la mazmorra que ocupa desde hace dos años, al nivel de la cancela de acceso, siente la fuerza inmovilizadora que le deja petrificado sin redención ante una entrada que ya no cruzará. La musaraña invisible ha desaparecido llevándose su sombra. Es en ese instante cuando determina y reconoce la identidad de la «musaraña»: miedo.           Este relato ha sido seleccionado para: Resultados del VIII Concurso: «Pluma, tinta y papel».   Felicidades amig@ literari@, Su obra ha sido elegida en el VIII Concurso de Microrrelatos: «Pluma, tinta y papel» y formará parte de la antología que llevará el mismo nombre.  

VENERANDA

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La casa de tejado bajo, estrecha fachada, ventanas diminutas, ocupaba un breve espacio en la esquina de la plazuela. A simple vista parecía un cuchitril mal fabricado y, en realidad, eso era. Por todo lujo tenía una cocina con chimenea, un dormitorio y un pasillo que terminaba en un minúsculo corral poblado de trastos y algunas gallinas. En tiempos había tenido aposentado en un rincón del pasillo una mercería. Allí acudían las mozuelas a por sus lazos y puntillas, hilos, agujas y demás cachivaches con los que acicalarse. Los inquilinos de aquella mansión eran tres: padre, hijo y una hija. El nombre de ella fue el opuesto a todo lo que sería su vida. Se llamaba Veneranda «digna de ser venerada». A la muerte del padre quedó cuidando de su hermano. Mientras él estuvo ahí, todo transcurrió con normalidad entre esa especie de nube suspendida que es el tiempo en una aldea mesetaria.    —  ¡Veneranda! —Gritó una voz desde el umbral.  —  ¡Vaaaa! «qué prisas y que desgañite, válgame

UMBRÍOS UMBRALES

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Apareció en el umbral con el aspecto de un viajero que hubiera atravesado las tempestades de siete mares. Bastaba un simple y rápido vistazo para entender que su aspecto frágil clamaba a engaño. A esa tímida mirada se asomaba una mujer fuerte, acostumbrada a lidiar con lo que la vida trae a diario. Sonríe con timidez, como si temiera molestar, quizá no sabe que, una sonrisa es la mejor carta de presentación. Pelo corto, estatura media y una edad indefinida. En su cara los surcos que va dejando el poso de los años y los daños. Reposada y nerviosa a un tiempo. En el transcurso de esa primera impresión se delataría… —Buenas tardes ¿Puedo ayudarla en algo? —Pregunto. —Buenas tardes —Contesta ella, ¿Ha devuelto alguien un bolso aquí? —En el tiempo que yo llevo, no. ¿Le han robado? —No. Estaba sentada en un banco del parque, me he levantado para ir al centro de salud donde esperaba mi marido y me he olvidado recogerlo. Esperaba que alguien lo hubiera visto y entregado aquí. La

EL VIAJE SIN FIN

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Había quedado atrapado entre el brazo del asiento y la ventanilla. Lo que queda oculto a la vista acaba siendo olvidado. En sus tapas, kilómetros y kilómetros de nubes, rayos, truenos y centellas. Gritos, prisas, quejas y voces en todos los idiomas. Había hecho escala en todos los rincones que tenían en su haber un aeropuerto. Otro viaje, uno más. Nadie lo descubriría en su escondrijo, nadie le rescataba de este encarcelamiento involuntario. Su grito, acallado por el rumor y el ajetreo de los pasajeros ajenos a su oculta existencia. Él, clamaba desde lo más profundo: —«¡Sacadme de aquí! Desciende tu mano fuera del reposabrazos y concédeme la libertad». La pasajera había tomado asiento a su lado. Dejó caer su abrigo en el respaldo de la butaca. Colocó su bolso sobre la bandeja que se abría al frente. De su cartapacio extrajo un libro, un cuaderno y una pluma. Mientras leía iba tomando apuntes en su libreta de tapas negras con una inscripción cuando menos asombrosa: ¿Y tú? ¿Qui

DE DOS EN DOS

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Existe en alguna parte un yo empujando a otro yo. Cada mañana, en esos segundos que van del duermevela a la plena consciencia, nos encontramos zozobrando en una tierra de nadie, confundiendo flashes de sueños con la realidad. ¿Qué es realidad y que inventado? ¿Qué ideamos cada despertar para dar este corto paseo que es la vida? Hay un yo irreverente, quejándose de todo, por todo, y, sobre todo. Hay un yo amaestrado por siglos de una cultura amoral impuesta a martillazos. Hay un yo que lucha por acabar con todo. Hay un yo escondido sin manifiesto de ninguna clase para no ser alcanzado, protegido en el más austero de los silencios, dialogando con su opuesto sin alcanzar ningún pacto. Hay un yo, hay un tú, hay un quizá. Mis dos yoes son vecinos por razones ajenas a su voluntad. Vecinos mal avenidos a los que les ha tocado compartir un espacio que no han elegido, enfrentados por un «quítame allá esas pajas» hasta que un día se miraron de frente y, en ese choque, no les quedó

VIENTOS DEL OESTE

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Enero trajo consigo las frías rebajas de los sentires. Emociones cruzadas en la pérdida de un tiempo que ya no es. Historias de desencuentros en los que, el punto y final añade su particular pacificación. Todo expuesto, todo resuelto con la rotura del cordón umbilical que nos ata al conocido universo donde por fin se comprende la vacuidad de los enfrentamientos. El todo igualado en el: «ya nada es». Amaneceres que acarrean la lección del día. Inquietud calmada que pone en alerta cual resorte los mecanismos de un ser en duermevela. Contenida en la luz de este amanecer va impreso el presagio de un cambio. Alternancia de época, de etapa, de cierre…se cuela por las rendijas sin permiso regocijándose en su anarquía. Sonó un timbre como señal definitiva de la metamorfosis que se avecinaba. Ante la confusión que genera toda mudanza hay una permanencia momentánea en el desconcierto. Todo cabe en esos instantes de mutación. El alba resucitadora y enterradora a un tiempo enciende luce

LAS ENMIENDAS A LOS PROPÓSITOS

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                                                                            Las enmiendas a los propósitos vienen a ser algo así como el cuento de la lechera con un final muy parecido. A la gente le da como una especie de urgencia ponerse a hacer el «moñas» en la segunda quincena de diciembre. Casi todo lo que se ve y se oye por estas fechas parece el producto de la ingesta de dos litros de orujo gallego mal asimilado. Existe otra parte, bien es verdad, de personas que se preocupan por el prójimo todo el año —las menos—. Hay una realidad imposible de maquillar detrás de tanto empolvamiento: el mundo no cambia en estos días por muchas luces de colores y por otros tantos golpes en la espalda que se den o se pongan según corresponda. Llegamos al siete de enero con la casa sin barrer —léase: mundo—, y, en la resaca de cosas inútiles que han dejado unas fiestas paganas, ni siquiera sentimos el golpe de conciencia que nos lleve a enmendar todos los propósitos desgranados durant