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TANTO MONTA, MONTA TANTO

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  ¡No seas bovina! ajústate las gafas o todas las *bacas del huerto de laureles que vamos a atravesar van a tomar posesión de tu retina. —¡Y tú qué lo digas! ¡Muuuuuuuuuuuuuuu! Él, hablaba con su vaca Rosalía. El personal creía que algo no andaba bien en la cabeza de Lolo para creer que mantenía un diálogo con un mamífero de cuatro patas, vegetariano y cantante. Lo tenía todo el herbívoro. —Yo, lo que más temo es que un día se canse y no me conteste, o peor, que se quede muda. Es mi único miedo. —Decía Lolo. Y, así, de pueblo en pueblo, de feria en feria, Rosalía, emitía sus ¡muuuuuuuuuuuuuuuussss! que a decir de los entendidos era pura poesía calcadita de Góngora,«poesía» que hacía crecer su bolsa a reventar de maravedíes, y si te he visto, no me acuerdo. Lolo la mimaba tras cada actuación. Cubría su cuello con pieles importadas de China; le daba a probar los más ricos manjares siempre con la intención de mitigar el miedo a que por un «quítame ahí ese micrófono» fuera o fue

ALGO HUELE A PODRIDO

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A causa de un incidente de esos que en principio no parece que vayan a causar mayor problema, Adelina, había perdido parte de su sentido olfativo. Pese a esa disminución olfatoria, aquel olor llegaba escandalosamente hasta su nariz, se colaba por las rendijas de la casa, y activó todas las alarmas de su cuerpo, puestas a funcionar con la precisión que un hilo conductor eléctrico no habría superado. No podía saber, por el momento, ni de dónde ni cuál era el origen de semejante fetidez; se encaminó hacia la puerta del apartamento; al abrirla, una nube gaseosa la empujó hacia adentro, como conminándola a no asomar el cuerpo, como si con el empujón estuviera mandándola un mensaje de: «Quédate quieta, no te muevas, no respires» . Dentro de casa iba acumulándose poco a poco junto con el olor, una neblina suave, todavía, pero que en el transcurso de las horas fue tomando forma de nebulosa gris, imposibilitando con ello los movimientos de un lado a otro de las diversas estancias sin peligro

DUELO

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Nació con un dedo de menos en su mano izquierda, motivo por el cual le encasquetaron para los restos el apodo de «el manco» . Manco, no era, ni literal ni metafóricamente cuando se usa el adjetivo queriendo designar carencia de pericia para cualquier asunto de la vida. Su maestro don Leonardo nada más verlo se percató de la valía Blas y desde ese mismo momento, sintió un verdadero afecto por el muchacho. Siempre que se presentaba la ocasión, don Leo, aprovechaba para poner de escaparate el mérito de su discípulo. El proceder de don Leo que en principio habría tenido que ser, además de buen acto tratando de aumentar la autoestima del muchacho, logró un efecto devastador en el resto de pupilos que agarraron una tirria monumental contra Blas al que ya no podían tener sino envidia, ese pequeño «defectillo» divulgador de tantas guerras mundiales. Una tarde a la salida del colegio, a Blas, le esperaba un grupo comandado por Robertín, el líder del pelotón de odiadores recalcitrantes. For

SI TE HE VISTO NO ME ACUERDO

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Paula había sido a lo largo de toda su carrera una maestra devocionaria, de las que cuidan a sus alumnos regándolos cada día con conocimiento de causa mientras los prepara para afrontar lo que la vida se digne asignarlos. Sus convecinos la asaltaban día sí día también con la misma monserga: —«Paula, mujer, ¿Por qué no se jubila usted ya?, qué bastante ha hecho para desasnar a tanto ganado como ha pasado por su escuela». Paula tenía tan interiorizada la frase que ya ni la escuchaba, contestaba con una sonrisa mientras daba vueltas con la llave en la cerradura de su vieja casa que, chirriando, se resistía a facilitar el paso como si con ello quisiera mantener fuera de sus muros a la maestra, y esta, siguiera escuchando el mantra de sus vecinos. —«¿Qué haría yo sin mi escuela, sin mis pupilos, sin mis tareas diarias?». —La cerradura vence su resistencia y Paula continua con sus cavilaciones dentro de casa. Era martes, 29 de febrero, once y media de la mañana. En clase de filosof

LA MAGIA DEL 7

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Sentada a la mesa número siete de una cadena de TV, María de los Milagros Sinsún Nitón-Parraverde mira sin disimulo a los operarios afanados en la preparación de lo que será el escenario de un concurso donde se pondrán a prueba las dotes de eso tan general denominado «cultura general», que no tiene nada de universal, y que es menos frecuente de lo que se pretende demostrar. María de los Milagros Sinsún Nitón-Parraverde esperaba confiada en que el concurso «Sietedesiete» fuera su definitivo reconocimiento hacia el lanzamiento «estréllatele». Llevaba presumiendo tanto tiempo con esta posibilidad, que había llegado a interiorizarlo de tal forma hasta llegar a convertirlo en parte intrínseca de su dogma. Al parecer el nombre elegido por la cadena para el concurso venía dado por la creencia de que el siete guarda entre su nomenclatura una suerte de parámetros que llevan a pensar en la dotación mágica que lo acompaña. El plató o escenario de aquella cadena de TV, vulgar, y, por lo

UNA INCIERTA PRIMAVERA

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Pájaros con alas de plomo. De sus coloridas plumas solo queda el gris de montañas de cenizas posadas sobre ellas. Vuelan silbando al viento negro que tiñe las flores de otras primaveras. Pájaros negros protestan afónicos sobre un mar de nieve. El viento pasa resonando sobre un lecho de primavera muerta. La tierra alfombrada de flores negras. Ríos inundados de cenizas rojas. Silencio de niños que el viento arrastró en perverso juego. Alfombra de flores muertas sobre la vida oculta de una tierra a la que el horror cambió su pulso. Miseria pobladora de lo que un día fue y ya no será. Primavera plomiza, gris ceniza, ceniza, muerte, destrucción y vida aplazada. Otra primavera espera a la vuelta de las tumbas, de las marcas de huellas elefantiásicas de los carros de acero; primavera muerta, primavera sin sol sin esperanza de gloria. Un niño juega al lado de los carros de fuego que vomitan llamas y frenan para siempre su recreo. Nueva coyuntura que paralizará cualquier

RESACA

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El dolor de cabeza había cesado hacía años. Durante mucho tiempo fue adicto al paracetamol, ácido acetilsalicílico, ibuprofenos…el cajón de su escritorio era lo más parecido a un depósito farmacéutico en el que convivían armónicamente inmunodepresores, analgésicos, antidepresivos, relajantes musculares, pomadas para esa parte apodada de forma poco glamurosa que habita en lo que podríamos denominar como «desagüe humano». Devolvió con un golpe suave el cajón a su lugar de origen; así, cerrado, para que no fuera testigo ni vocero de su condición depositante de flaquezas. Miguel había llegado pronto al trabajo, cosa poco habitual en él. Antes de encender siquiera la luz de su despacho, la primera ejecución llevada a cabo era con su imprescindible amante: la cafetera. Una capsulita y el néctar que derramaba el pitorro de aquel invento de la modernidad que, al ser ingerido, provocaba el primer rictus de sonrisa en el interfecto que habría cambiado su reino —de haber tenido alguno— por es

RIENDA SUELTA

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Hay una puerta al final del pasillo. Hay una luz que ilumina la salida a tomar para dar rienda suelta a la imaginación. Hay imaginación detrás de la puerta que se abre a nuevos universos, universos donde dar rienda suelta al poder de la creatividad. No existe imaginación donde no puedan crearse todas las ideas incluidas en el contenedor inmenso del ser. Recorría aquella ruta dos, tres, cuatro, cinco… veces al año. En cada parada de hotel un nuevo y misterioso acompañante esperaba, camuflado detrás de una cortina de vapor que ascendía de la copa tras la que se ocultaba el presunto amante que en breve sería devorado por la inminente, atormentada geisha de la prisa, de la precipitación, del ansia no satisfecha, con la urgencia de llegar a la próxima parada donde de nuevo la historia no sería nueva sino una más de tantas, repetida. En un frasco adherido y camuflado junto al declive que formaban la clavícula y el esternón, guardaba un diminuto frasquito, plano, con una incrustación verde en

DON QUIJOTE NO PUEDE CABALGAR

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—El dialogo imaginario que sigue, bien podría darse bajo la resurrección de Don Quijote al ver convertida la plaza que su figura ocupa junto al de su buen amigo Sancho, en un lugar al que de plaza solo le ha quedado el nombre; convertida por obra y gracia de algún mandamás en un erial de cemento, granito u hormigón. No hay similitud alguna con lo que fue y no volverá. Don Quijote llora; Sancho no encuentra palabras para acallar la pena de su señor—.   Escena no escrita del Quijote:  Los pájaros han sido desahuciados; sus casas derruidas, sus cantos silenciados. ¿Qué es este secarral donde hemos amanecido? Don Quijote apoya su esqueleto en su buen amigo Sancho, mientras, sus ojos convertidos en manantial, nublados por el polvo de cinco mil días con sus oscuras noches, oculto bajo el manto metálico de centenares de molinos destructores, implora una salida por la cual huir hacia otra ínsula barataria o «cararia» sería más exacto decir. —Sancho amigo, decidme que no estoy loco, de