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INTERMITENCIAS

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Tirsa nació con un síndrome raro: «Síndrome de la Intermitencia», sintomatología de escasa investigación hasta ese momento, lo que hacía difícil la objetividad sobre diagnóstico y tratamiento. La primera fase de una enfermedad es muy confusa y da así errores garrafales a la hora de encontrar remedio. Como es natural no fue hasta alcanzar la cualidad mamífera de enderezarse y dar el primer paso que, sus allegados, se apercibieran del hecho, más que nada porque no había habido ocasión de ponerlo en manifiesto.  Desde ese momento todo en ella fue intermitente; daba un paso hacia adelante y, como si se arrepintiese, inmediatamente retrocedía dando otro paso para atrás. Lo mismo para cada acción por más prosaica que fuera: llevarse la cuchara a la boca para dejarla al instante en el plato; sola, desarraigada, la cuchara debía preguntarse el porqué de su abandono. Lo mismo que debieron pensar las sábanas de su cama, la bañera, el inodoro… No resultaba nada fácil para su entorno familiar

UNA PIEDRA EN EL BAÚL

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  En el baúl heredado de su tío Urbino, el indiano, se hallaban una serie de paraguas mágicos con poderes para parar cualquier regular tormenta correspondiente a la estación del año en que este se hallara. Hasta que un buen día el baúl desapareció y en la huida dejó a Urbino II fuera de la zona protegida de la que fue benefactor hasta ese día maldito y negro de no importa que mes, año... Quince años atrás cuando Urbino II aún estaba en la escuela, una tarde a la salida de ésta y camino a casa vio pasar una enorme nube negra que abarcaba la porción de cielo que ocupaba aquel espacio y se posaba cual si fuera un techo sobre la superficie del pueblo. El cielo que hacía un rato era de un azul intenso había mudado a un gris más intenso todavía. Todo era silencio, ni un trueno, ni un relámpago, lo que incrementaba su miedo. Le invadió una desazón que evolucionaba a medida que la nube crecía: «¿Y si el sol queda ocultado para siempre? ¿Y si a partir de aquí estamos condenados a vivir bajo e

LOS PASOS DEL SILENCIO

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  Las calles recuerdan la savia que un día inundó el deambular de pasos que, llevaban en su impronta un destino preestablecido.  Nadie sabía entonces del olvido futuro en el que se instalarían los gritos silenciosos de la vida que por ellas transcurrió. Al pasar del tiempo cuando lo que queda por delante es mucho menos que lo ya transcurrido, transitar los muros vacíos, las soledades impuestas, el musgo que crece en la humedad de mil llantos apagados, retomar caminos empedrados en cuyos adoquines quedaron impregnados mis orígenes…es misión que no admite excusa. Mientras la vida va contando sus días y las hojas del calendario caen como en un eterno otoño, rememorar la cuna se convierte en un ejercicio persistente. Volver la vista, escuchar las voces que el tiempo ha silenciado, las risas, las carreras de los infantes al abandonar la escuela, el abuelo sentado al sol mientras el cigarro va dejando un surco amarillo alrededor de su boca que, durante ese tiempo se consume convirtiéndos

CACTUS

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  Con su disfraz de cactus engañó al mundo. Debajo de la áspera y espinosa envoltura se escondía una sutil orquídea. Protegida con su armadura cruzó los charcos, se sentó al crudo sol del desierto, Cruzó ríos de lava, pero, nada podía herir su auténtica identidad. Estaba a salvo. Con estoicidad de guerrero mongol venció dragones, esquivó espadas… Nadie en el orbe acertó a ver su verdadera identidad. Cuando la vida vino a cobrar su tributo, la ruda carátula dejó al descubierto La fragilidad de la flor que, la vida ocultó con su manto de espinas evitando ser dañada. El disfraz no pudo engañar al cobrador del tributo final.

HE HECHO TRAMPA CON LAS PASTILLAS

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  Upropia había recelado durante toda su vida del gremio medicalense.  No se fiaba; no lo hacía por desconfianza, era su olfato el previsor, el inductor a enfrentarla a aquellos «botoncitos» de colores, de gusto raro y de aún más raro si cabe, su dudosa efectividad, por no hablar de los efectos no deseados, provocados en cada célula corporal con nulos resultados efectivos, por más que proclamara sobre ellos mil bendiciones el clan de atuendo pijamil. Con cada dato obtenido tras la lectura impresa en los respectivos envases de anodinos colores, Upropia, elaboraba un riguroso informe interior por supuesto no compartido ni con su almohada. Fuera de toda desconfianza, habiendo pasado de ella, vino a toparse con la certeza de lo acumulado en su cabeza desde hacía lustros: «esto no solo no me curará, sino todo lo contrario». —Se dijo; tenía por costumbre hablar para sí. En las siguientes semanas dedicó por entero sus horas en la elaboración de plan, tesis, ruta…o cualquier otro sinón

ME RINDO

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Me rindo ante los ojos asombrados de un niño, Me rindo ante la fuerza del mar, Ante el ímpetu de la cascada que va desgastando la roca, Me rindo ante el pozo seco de lágrimas de una madre, Ante el abrazo desinteresado de un hijo, Me rindo ante el gesto de una mano tendida que, implora sin palabras la benevolencia del caminante que pasa sin mirar… Me rindo ante los ojos bajos que recogen limosna sin atreverse a gritar. Me rindo ante los gritos sordos de mil millones de mujeres sometidas por el orden establecido de unas mentes repletas de la más cruel e ignominiosa ignorancia.  Me rindo ante su batallar, ante su dignidad, ante su valentía. Me rindo ante mis sueños imposibles y, despierto sobre una almohada derrotada que, a duras penas se afana por tragar su rendición. He llegado a la Portada de @bloguers_net ! Pásate y visita mi post: ME RINDO. Cuando rendirse es la opción https://bloguers.net #blog #portada #Bloguers_net

LAS ARISTAS DE LA GEOMETRÍA

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Aquella vieja bicicleta había trasportado su cuerpo durante años; hasta que sin previo aviso llegó el día en el que se rebeló contra todo lo establecido; no se sabe que ley hasta el momento dictaba cual debía ser la forma sin opción a cambio de la máquina en cuestión. Cuestión esta reaccionaria por demás, dejando de lado todo progreso a la hora de añadir, quitar o restaurar partes al mecanismo del velocípedo. Fue entonces que él tomó la decisión de oponer aquel amasijo metálico al tránsito del suelo duro, inmune a los sentires y, transformando su caduca osamenta mudó la geometría de lo que hasta entonces había sido su medio de transporte.  Nadie sabe si fue de esa manera que consiguió llegar a la meta, lo cierto y seguro es que, allí donde se posaba a contemplar el horizonte, aparecían furtivas miradas creyendo ver en el artefacto metálico el invento de un loco capaz de trasformar lo que hasta entonces había sido de clara utilidad en un utensilio cuando menos, peculiar. De su uso queda

LA MONJA. (III Y ÚLTIMA PARTE).

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Al separarte, agotado del abrazo paragüistico, escuchas su primer murmullo:  «¡Eres tú!, ni en sueños hubiera imaginado encontrarte en mi nuevo universo».  Tú asientes, mientras, ella mira para otro lado con ademán displicente, adelantando un pie para marcharse, como intentando disimular el aburrimiento que le provocaba aquella inesperada situación, como si una fuerza invisible tirara de ella para llevarla fuera de ese escenario. Se despedirá con la excusa de volver a verte, tú, sabes qué, eso  es  un pretexto y, que es muy probable que no vuelvas a tropezarte con ella.  Ella pondrá  todo  su  esfuerzo en que así sea. Tú, le dedicas una sonrisa a modo de regalo, el último presente por lo que nunca fue sino soñado y, quizá, eso es lo mejor que pudo pasarte, pues tu condición de reaccionario recalcitrante no hubiera admitido la libertad que inundaba una personalidad como la de ella. Sigue tu camino. Busca una chica común, corriente, como tú. Cómprate un pisito en las afueras, trabaja

LA MONJA. (II PARTE).

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  La razón de mi decisión para viajar a La Habana en barco estaba motivada por el irreductible pánico a volar. Acerté. Convencido de que todo pasa por algo y que nada aparece por azar, encaminé mi esqueleto hacia la agencia de viajes que, previamente había localizado online, donde una señorita de formas voluptuosas con determinación empírica, dejó resuelto la intendencia correspondiente al pasaje, y a mí, en estado de idiotez supina gracias a lo que su generoso escote prometía y que con toda probabilidad tal delicia no estaría destinada a mi disfrute. Una vez instalado en la nave decidí subir a cubierta y tenderme cual lagarto en una de las cómodas tumbonas con la mirada puesta en ninguna parte. Llevaba en esta posición un buen rato en semiestado contemplativo cuando la vi. No quería parecer descarado por lo que inicié con fingimiento mal disimulado un reconocimiento de la mujer. ¿Por qué me resultaba familiar o conocida aquella cara? ¿Dónde la había visto?   Ella, recostada en la ba

EL CUENTO DEL PATO MUDO

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    Hermenegildo y Eulogia podrían haber pasado por siameses; no se habían despegado desde el día en que nacieron en aquel edificio de madera de intrincada escalera; escalera hecha del mismo material que crujía cual osamenta de viejo. Tanto era así que, el correr de los no acontecimientos puesto que en aquel recinto la vida se había detenido de tal forma que, no avanzaba ni retrocedía, simplemente permanecía estancada al igual que sus habitantes que de haber sentido la inmensidad del mundo desconocido para ellos, quizá, hubieran dado un paso adelante lanzándose a recorrer, aunque solo hubiera sido unas cuantas manzanas para alejarse de aquel cuchitril donde lo único abundante era el gris de las sombras.  Por los laberínticos pasillos del inmueble corría cual pólvora un olor ocre, oscuro, como si por sus tiras de madera gastada pasearan mil ratones uniformados gritando: ¡Paso a la banda! Hermenegildo y Eulogia se sentaban cada tarde en el recoveco de la escalera con sus libros prest