¡CÓMO NO SE ME OCURRIÓ A MÍ!
El taller de arquitectura, chapa y pintura de la calle Desengaño 69 , albergaba todo un conjunto heterogéneo de pupilos y pupilas venidos de menos a más y de más a menos. Llegaban con una mochila cargada de sueños que iba vaciándose a medida que se sucedían las maniobras en el transcurso creativo, convertido en zurullo una vez encima de otra…y otra… Lucía, llegada apenas unas semanas atrás, se veía así misma como la MiguelAngela postmoderna…cargada de ideas que no conseguía cristalizar o embadurnar o modelar… Mirto —ya perdonó a sus padres la asignación atributiva del apelativo—, estaba abducido por el surrealismo, y, sí, surrealista le venía al pelo, porque todo lo que conseguía hacer en el torno era surrealista hasta la raíz misma de esa escuela. Lástima que no fuera apreciada por quien con suma valentía conseguía poner los ojos en la cosa creada desde otra dimensión: el ensimismamiento. Cada miembro del taller tenía su impronta, indefinida, sí, pero de momento y aun por explo