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A SALTO

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¿Qué hora sería en este momento al otro lado del charco? Había pasado su etapa de estudiante sin pena ni gloria —como casi todo en su vida—. La geografía no era materia de su interés y, siempre, la arrastró sin conseguir aclarar donde estaba el Orinoco , igual podía situarlo en el cuerno de África como en el sur de Oceanía, cuestión esta que le hacía perderse de continuo y andar desorientado por un camino de gloria impuesto a martillazos. «Refulge, reinserta, retuerta, resuelta…» ¿Cómo coños se denominaría aquel brillo que llegaba de la escalera de cuerda que apareció colgada del muro que había detrás de su casa?… Despistado, disléxico, desorientado… «atributos» éstos que le asignaron cierta resignación para cruzar el anodino destino impuesto. Con todo, resolvió intentar la escalada; su miedo a cuestas, sus ojos desviados de la realidad que no quería enfrentar. Cuatro peldaños de ascenso y la ceguera le alcanzaron de lleno. Toda oscuridad, todo negro, un agujero negro por el

FRÍO

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En la calle empedrada resuenan unos tacones. A su izquierda las saltonas luces de neón azules y amarillas, anuncian: «Tacones de hielo». El rimbombante nombre del bar la empuja a entrar.  —¿Qué tipo de fauna habita un lugar así? —piensa. Entre dudas, cruza el umbral. Llama su atención la barra iluminada, el juego de luces que hay sobre y dentro de ella que simulan un bloque de hielo y provocan un haz de humo ascendente que se evapora al contacto con el techo. A los lados una hilera de mesas mezcla de silicona y cristal conforman un paisaje antártico. Bordeando la barra aparece un pasillo con cortinas en forma de hilos helados que conduce hacia una estancia gélida en la cual se encuentran los baños. Todo frío, como si el decorador hubiera querido conquistar el alma de los pobladores de ese local a base de congelar su existencia. En el ventanal se refleja la figura de un tipo sentado a una de las frías mesas del salón…la observa sin mucho disimulo. Agarra su copa como si fuer

NAÚFRAGOS DE DUDAS

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  Las tres de la tarde y todo sereno como continuación a una noche turbia. Una calma chicha que mantenía en vilo cualquier esperanza de tranquilidad. —«No huyas cobarde» —dicta la voz del pensamiento a uno de los interfectos. Demasiado tarde para volver la cabeza. Aquello que había comenzado como una aventura se iba convirtiendo en una auténtica pesadilla. —Una noche de perros, gatos y toda la fauna junta —piensa Anacleto. Estos cuatro Jinetes del Apocalipsis —cualquier parecido con ellos no es pura coincidencia—, querían cambiar el mundo. No consiguieron cambiar ni su comunidad de vecinos. Después de las cinco guerras sin cuartel, establecidas para gloria y vergüenza ajena entre ellos, la cosa acabó como el rosario de la aurora: cada mochuelo a su olivo y dios o satanás en la casa de cada uno. Ni uno solo de los cambios prometidos en ínclita campaña llegó a consolidarse. —Si lo llego a saber no vengo —reflexiona Luis Ignacio. —¡Pues anda que yo! —dice Cristóbal. —Mi m

FANTASMAS DE LOS ARCHIVOS

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Sala Rafael de León . Biblioteca Estatal. La Zarzamora llora que llora por los rincones. Ha desaparecido de la Sala Rafael de León . La directora de la Sala y sus secuaces no dan crédito. —Ayer en el recuento estaba vivita y coleando, —asegura un emérito de la Sala que pasaba por allí—. —¡No gana una para disgustos! —clama la directora novata—. En el trasfondo de un armario:     — «¡Mire uzté don Rafaé! —dice la protagonista de la partitura—. ¡A mí no vengan con desapariciones y fantasmas que una es mú suspesticiosa y, se enreda en estas cosas como anzuelo mal tiraó!…   ¿Cómo que ha desaparecio la Zarzamora? Claro que nomestraña, habiéndola cantado yo, compuesta por usted… ¡Como p’a no robársela!» —«No hay mejor perro guardián que la decencia. Roban un papel y los ignorantes no saben que la esencia es lo que permanece —Comenta don Rafael—. Ni el tratante, ni el marqués sabían nada del asunto. Por el café de Levante, desde Asturias hasta Cádiz, no se conoció lut

AWAY

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Región pantanosa de Tuvalu. Mes de octubre, estación de los monzones. Habitados de leyendas, toma fuerza la de una mano misteriosa que aparece para a continuación desaparecer sin dejar rastro en los cambios lunares, asesinando todo lo que encuentra al paso. En el fantasmal puerto desembarca un grupo de detectives holandeses. Al frente de la expedición un tipo escuálido inspira más pena que respeto. Tres asesinatos en un mes atraen a esta tripulación. La curiosidad o interés por el descubrimiento los lleva a un mundo tenebroso o a una aventura de dudoso final. Los acompaña una anodina mujer de penetrante mirada —lo único destacable en su presencia—. —Pitido del walkie talkie: «ha aparecido un cadáver en la región habitada por la tribu Away» … Perdidos en una región de la que solo conocen el nombre…perdidos entre incógnitas indescifrables por el momento. ¡Tropezón! La mujer fija su vista en la ‘cosa’ que la ha lanzado contra el suelo: una mano larga, fina y azul asoma

BUS 678W

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La fantasmal parada del bus Nº 678W, que en una época conectó ruidosas ciudades convertidas ahora por azar, en tinieblas, aparecía cubierta de musgo y agua. El olor extraño que emitía, llegó hasta él; consiguió frenarle en seco. Desde la habitación donde todo sucedió se divisaba el apeadero, reunión multitudinaria en otro tiempo que, invasores de distintos pelajes tomaban al asalto cada mañana. Al abandonar su cama se dio de lleno con la caña de tres metros apoyada sobre un rincón. Una idea quedó anclada en su pensamiento: «No tocaré con ella valores inviolables».   El eco, machacón, cargante, le perseguía, empeñado en proporcionar el desasosiego que le hiciera saltar como un resorte. —No me hables…no me tientes, no me nombres…no soy yo…no me conoces… Se deslizó por el alfeizar de la ventana; rebotó en el musgo y quedó empalado en el métrico palo… Intentó pescar la nube de inmoralidad que rondaba por el andén. La caña se deshizo en minúsculos átomos descendentes sobre un br

DILETANTES

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¿Y tú? ¿Quién eres? —Preguntó el ingenuo diletante al experimentado monstruo. Las lunas se sucedían como cuadrigas en procesión. Mares de arena; mares de aves; mares de incomprendidas sirenas. —Como si fueras mi sombra; me sigues sin saber por qué ni para qué… ¿Acaso buscas refugio al amparo de mi espectro? Eso, será tu perdición -dijo el monstruo. —Yo, solo quiero bailar —respondió el aprendiz. —¿Sabes? Existen otras playas, otras visiones tras las que perseguir «eso» que no sabes que estás buscando. —El objeto no es el valor. Lo que cotiza al alza es la observación del camino —afirmó el diletante. —Nunca llegarás a nada —replicó el monstruo. —Te equivocas. He encontrado lo que no buscaba: a ti. —Comprendo —asiente el monstruo condescendiente. El mar de plata que avistaron en la lejanía los atrajo, arropándolos entre sus escamas. En el aire quedó suspendido el olor de todo lo incomprendido durante aquel trayecto fagocitador. El significado último de lo inaceptabl

EL TERCER OJO

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                          Cruza la calle como cada mañana. El mismo lugar. La misma hora. Algo ha cambiado en su manido paisaje. Incapaz de sustantivar «aquello», continúa, tratando de esquivarlo. El tercer ojo lo vigila, sigue sus pasos sin darle alcance… Delante de la puerta de la mazmorra que ocupa desde hace dos años, al nivel de la cancela de acceso, siente la fuerza inmovilizadora que le deja petrificado sin redención ante una entrada que ya no cruzará. La musaraña invisible ha desaparecido llevándose su sombra. Es en ese instante cuando determina y reconoce la identidad de la «musaraña»: miedo.           Este relato ha sido seleccionado para: Resultados del VIII Concurso: «Pluma, tinta y papel».   Felicidades amig@ literari@, Su obra ha sido elegida en el VIII Concurso de Microrrelatos: «Pluma, tinta y papel» y formará parte de la antología que llevará el mismo nombre.  

VENERANDA

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La casa de tejado bajo, estrecha fachada, ventanas diminutas, ocupaba un breve espacio en la esquina de la plazuela. A simple vista parecía un cuchitril mal fabricado y, en realidad, eso era. Por todo lujo tenía una cocina con chimenea, un dormitorio y un pasillo que terminaba en un minúsculo corral poblado de trastos y algunas gallinas. En tiempos había tenido aposentado en un rincón del pasillo una mercería. Allí acudían las mozuelas a por sus lazos y puntillas, hilos, agujas y demás cachivaches con los que acicalarse. Los inquilinos de aquella mansión eran tres: padre, hijo y una hija. El nombre de ella fue el opuesto a todo lo que sería su vida. Se llamaba Veneranda «digna de ser venerada». A la muerte del padre quedó cuidando de su hermano. Mientras él estuvo ahí, todo transcurrió con normalidad entre esa especie de nube suspendida que es el tiempo en una aldea mesetaria.    —  ¡Veneranda! —Gritó una voz desde el umbral.  —  ¡Vaaaa! «qué prisas y que desgañite, válgame

UMBRÍOS UMBRALES

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Apareció en el umbral con el aspecto de un viajero que hubiera atravesado las tempestades de siete mares. Bastaba un simple y rápido vistazo para entender que su aspecto frágil clamaba a engaño. A esa tímida mirada se asomaba una mujer fuerte, acostumbrada a lidiar con lo que la vida trae a diario. Sonríe con timidez, como si temiera molestar, quizá no sabe que, una sonrisa es la mejor carta de presentación. Pelo corto, estatura media y una edad indefinida. En su cara los surcos que va dejando el poso de los años y los daños. Reposada y nerviosa a un tiempo. En el transcurso de esa primera impresión se delataría… —Buenas tardes ¿Puedo ayudarla en algo? —Pregunto. —Buenas tardes —Contesta ella, ¿Ha devuelto alguien un bolso aquí? —En el tiempo que yo llevo, no. ¿Le han robado? —No. Estaba sentada en un banco del parque, me he levantado para ir al centro de salud donde esperaba mi marido y me he olvidado recogerlo. Esperaba que alguien lo hubiera visto y entregado aquí. La