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BULOS

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Una amiga acaba de chivarme esto por WhatsApp: Con las 20 gotas de lejía que me pongo en el café, estoy libre de pecado —y de contagio— hasta el apocalipsis final que, por otra parte, sea o no confirmado —lo del apocalipsis—, solo pido una cosa a todos los mandatarios del mundo, puesto que, a esta hora, pedirlo al que gobierna tu parcela, no sirve de «ná» … ¡por favor! —repito— por caridad del tipo que ésta sea, llámese católica o agnóstica… ¡Déjennos morir en paz! No existe peor muerte que el machaque constante de: «Vais a morir todos, los pecadores y los abstemios» … Ojiplática me quedo. Igual te libra del bicho, pero te deja el estómago inservible para el resto de la existencia por corta que esta se presente. —Digo, a sabiendas de que no me escuchará. Implacable, el reloj grita cada diez segundos: ¡Mil muertos más! Y, tú que llevas —has perdido la cuenta— del tiempo de inanición sin atreverte a pensar, pues ya se sabe de los peligros acuciantes que genera el entrechocar de

UN DATO DECISIVO

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Era un dato decisivo para reconocer lo que estaba pasando…ni las pruebas periciales, ni toda la investigación habían puesto hasta el momento luz en el caso, sino todo lo contrario. Habían quedado enmarañados entre papeles, declaraciones, idas y venidas que solo conseguían —por el momento— el efecto contrario: oscurecer más el asunto. Entre el caos de datos inconclusos, «dormía», sin que nadie se hubiera apercibido de ello una foto manchada de carmín junto con otros componentes no identificados. La impronta de una mujer flanqueada por dos tipos con cara de pocos amigos, vestida a la moda de hace un siglo. Ellos, de traje y corbata, zapatos sobre los que refulgía un polvo dorado, intentaban aparentar normalidad, —por no llamarlo vulgaridad—, pero no, todo clamaba en contra de la apariencia. El superior convocó a su equipo con urgencia de alarma a su despacho. Risas nerviosas, gestos que denotaban lo que querían ocultar. Una preocupación que no quería ser demostrada; por cuanto más

CUENTOS CHINOS

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—Abuelo, cuéntame un cuento chino. —…Y murieron felices y comieron murciélagos… —Abuelo ¿Qué cuento es ese? —Un cuento chino. —Pero no tiene sentido. —Si quieres que el cuento sea chino, no tiene que tener ni pies ni cabeza. —Es que tan corto… no tiene ninguna emoción.  —¿Corto? El cuento duró un lustro…las personas dejaron de comunicarse. Cuando sentían la necesidad de mandar un mensaje lo hacían moviendo los brazos y las manos con aspavientos. —¿Cómo un molino de viento? —Más o menos, pero un poco más ridículo. Todo dejó de ser como había sido por siglos. Maripili, dejó a su novio de toda la vida por un fabricante de papel higiénico —la muchacha apuntaba alto—, dejó de pintarse la raya de los ojos, dejó de lado sus tacones imposibles y terminó rezando el rosario tres veces al día por si surtía efecto contra toda aquella barbarie… —¡Abuelo! ¡Te lo estás inventando todo! —¡Calla! ¿No querías un cuento chino? Pues escucha y verás. —Maripili, vamos a morir to

UNA PIEDRA EN MI JARDÍN

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Despreocupada en el acontecimiento imprevisto que es la vida, vengo a tropezar con una piedra en mi jardín. Nada novedoso o digno de mención en un principio, si no es, por las consecuencias del después. Sigo mi camino, observo, disfruto del sol y me tiro a la bartola sobre la hierba que, a duras penas, se abre camino en medio de la sequedad que todo lo inunda. El día, con sus más y sus menos, pasa sin pena ni gloria, ni novedad que comentar. Al crepúsculo un dolor sordo se instala en mi gordo dedo del pie derecho; lejos de dar importancia al hecho que asumo como producto de la gran caminata que he infligido a mis pobres pies, dispongo los bártulos que acompañan mis duermevelas. El dolor sigue ahí: sordo. Sigo sin otorgarle valor, hasta que, en su condición de sordera, pasa a hacerse oír poco a poco como si no quisiera, pero, si quiere, como si me voy o me vengo, pero aquí estoy…no puedo seguir ignorándolo, se ha hecho patente. Subo el pie a lo alto de dos cojines convencida d

UN DÍA EN LA VIDA DE ENRIQUETA

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¿Qué le pasa a Enriqueta? —No me pasa «ná, ná de ná» … lo que pasa es, que lo que me pasa, es eso: «ná de ná». ¿Qué es lo peor que le puede pasar a alguien?: ¡qué no le pase «ná» … —¡Qué ínfulas se gasta la de enfrente! ¡Qué humos en el trabajo! ¿Qué recoños le pasará al personal? Seguro que no les pasa «ná de ná» … La vida plana, los sueños amarrados, la voluntad de no hacer «ná de ná» por remediar el vacío. ¡A ver si va a ser eso lo que nos pasa!… ¡Qué no nos pasa «ná»! Muchas veces es la ausencia, más que la presencia, lo que nos lleva a un estado de ansiedad. No por mucho desear, amanece más calmado. Enriqueta está distraída, a la espera de que algún acontecimiento sorpresivo la agarre sin previo aviso y, con su varita mágica convierta el «ná» en un todo o un algo que resuelva el devaneo en el que se encuentra inmersa. —A mí, no pasa «ná» desde que aquel día que recordar no puedo en el que tropecé con un unicornio azul que salió volando al percibir mi «ausen

LA ESCALERA

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Los pasos en la escalera ponen a funcionar todo su ser. En su interior, grabados, pasos antiguos, como en la memoria de un ordenador imposible de resetear, traen hacia ella el desasosiego de un pretérito convertido en presente cada vez que cruje un escalón en esa escalera de madera y penitencia. Sube a duras penas entre olores cutres de cocinas pobres, delatadoras del vivir de esa mal llamada «clase media», que con la más insidiosa inquina y una voluntad férrea adorna la vida de toda una comunidad. A menudo piensa que habría sido de vivir en otro lugar, en otra casa, habitar otra vida…los hilos que manejan su existencia se rompieron en la tormenta del miedo a no saber gestionar sus gustos, sus deseos, a desear en silencio o peor: a no desear. Lleva años lamentándose por ello, sin hacer nada, sin mover un dedo, tratando de acallar su lluvia interior con la insistencia de una vida anodina. Cuando vio por vez primera aquella escalera sus vísceras saltaron a la comba. «Ni loca me me

NI BURRA, NI BUCHE, NI LECHE

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  «El cuento de la lechera». —Me compraré un vestido. Venderé los huevos, la leche y las lechugas; a poco que me den, compraré el vestido de gasa verde que espera por mí en la ciudad. «El cuento de la lechera». Una piedra en el camino y la leche sembró de blanco el musgo, regó las lechugas a las que cambió el color, los huevos configuraban un cuadro amarillo brillante y sus lágrimas abonaron el campo de las ilusiones rotas. Iba cada domingo con su cesta al costado, su pañuelo de lunares, sus zapatillas de esparto, por caminos que enlazaban pueblo con pueblo. —¡Huevos! ¡Lechugas frescas! ¡Leche recién ordeñada! —gritaba por las esquinas. Ahorraba hasta el último céntimo de las ventas. Guardaba las monedas en una lata que habitaba el recoveco secreto, escondida y a buen recaudo de quién osara curiosear.  Sus gallinas, su vaca, su huerto, no daban para mucho, pero, ella era una hormiguita que sabía cómo ahuchar y vivir con lo imprescindible. Los sueños son eso: sueños. Lue

LOS SILENCIOS DE PÍO

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La casa azul con jardín japonés, mayordomo uniformado y doncellas encofiadas; rodeada de calles impolutas y céspedes verdes como la vergüenza. Todo ubicado como en una película de amor y lujo para una vida en la que no cabía ni lo primero, ni a veces, lo segundo. Berta sentía una molestia sin tregua de origen desconocido o ignorado a voluntad. Cada mañana desayunaba junto a Pío. Pío, hacía honor a su nombre. —«Yo, ni pío». No fuera a ser que las palabras le atragantaran la renegrida tostada y la magdalena más dura que sus pensamientos. De camino al trabajo, en el habitáculo lujoso de cuatro ruedas: silencio. La tortura diaria iba dejando un poso al que ninguno conseguía dar salida. El universo que a veces se equivoca —mucho— juntando seres de distintos planetas que poco o nada tienen en común, desemboca en tragedias dormidas que van minando la esencia de seres con la pretensión de otras vidas. Berta no duerme desde hace meses. Pío, calla ojiplático hasta el pitido zumbón d

VIAJES ASTRALES

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La noche inmensa, la espera larga. Largos pasillos circulares en un aeropuerto de tercera. De repente, un fulgor, dos truenos y tres rayos, y el movimiento ondulante de unas caderas acompasando la tormenta que se avecinaba. Eran las tres de la madrugada, llevaba siete horas pegado al asiento de plástico en el hall gris y frío de aquel enclave estepario. Un «frú-frú» se acercó por su flanco derecho, fue como una revelación. —«El amor o se presenta así, o mejor, dejarlo pasar».  No era su figura, no era su cara, no eran sus piernas perfectas y largas, era el halo que despedía todo su ser…con los auriculares puestos, parecía la esencia de otro planeta. Un pitido seguido de una voz chillona anunciaba que el vuelo al fin, por fin, estaba listo; la tormenta amainaba, hubo un murmullo de comentarios admonitorios de sorpresa, de ruido de maletas, de sonrisas agazapadas tras rostros de miedo. Pasado el control, subida la escalera, y alcanzado su asiento en el pájaro, a su lado y pa

CUENTOS PARA DESCREÍDOS

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No encuentro una floristería abierta a estas horas ni aunque me encomiende al « s anto santoral sanctórum». Una vez más se olvidó del calendario, habida cuenta de que estaba tan repleto de festejos y onomásticas que, no conseguía   ver un día libre ni por asomo. La vida es aquello que va dando saltos de celebración en celebración. No queda tiempo para más. Haced la prueba del calendario y podréis comprobarlo. Todos los meses con sus círculos rojos. En plena celebración de lo que sea, se está gestando la próxima; no hay descanso para los guerreros antiboato. ¡Una luz en la esquina! ¡Qué sea una floristería!, ¡Qué sea una floristería!… Miedo, un profundo miedo de no estar a la altura de una sociedad pacata, remilgada y entontecida por miles de luces, que con sus destellos, han hecho desaparecer el brillo de las ideas. Enarbolando un gran ramo como bandera tocó el timbre. Silencio. Volvió a timbrar: silencio. En la tercera llamada se escucha un taconeo acercándose a la puert

OLVIDO

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Olvido, lo olvidaba todo. Recorría la casa una y mil veces buscando objetos que cargaba sobre su osamenta. Olvido, lo olvidaba todo. A fuerza de olvidar, Olvido, olvidó el lugar que habitaba; incapaz de encontrar la puerta de salida optó por no dar ni una vuelta más. Olvido, olvidó la calle. Olvido, olvidó el mundo. Olvido se sentó tras la ventana para no ver la vida pasar. Sin recuerdos, no hay hilo con el que remendar el espacio vacío que deja el rastro que un día fue camino y hoy solo es olvido. Olvido, olvidó todo. —«¿Dónde está mi muñeca?». —Fue una débil ráfaga que cruzó y desapareció como un suspiro. En el desván un baúl cubierto de tela de araña y siglos de olvido, guardián de reliquias que adornaron una vida ahora olvidada. Olvido, había olvidado el baúl, el desván, las historias encerradas entre aquella caja de madera y latón. «¿Dónde está mi muñeca?» . —De nuevo la ráfaga, esfumándose. Unos ojos azules observaban el fluir de los ¿pensamientos? de Ol