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LA NOCHE DE LOS PARAGUAS

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  Urbino había heredado de su abuelo unas tierras yermas y duras que se mimetizaban con el ambiente de aquellos páramos. En el solar de una de las parcelas se ubicaba un caserón a modo de nave que en su tiempo sirvió para la guarda y custodia de aperos de labranza, obsoletos hoy después de que las máquinas conquistaran el terreno. Obdulio, desconocía que la nave guardara nada especial fuera de estos utensilios, nunca sintió curiosidad ni siquiera necesidad de traspasar la roñosa puerta del cobertizo, a lo más que llegó en alguna ocasión fue a echar un vistazo por entre el hueco de un tablón roto junto a la cerradura, unido todo lo anterior a que siempre hizo oídos sordos a la perorata de Úrsula, la cuerda de atar a la que todos tomaban por loca en el pueblo y, que como un rosario, iba desgranando por las calles la siguiente letanía: «Yo sé lo que hay encerrado en la nave de Obdulio, yo sé lo que hay encerrado, yo sé el secreto de la nave de Obdulio». Tan acostumbrados estaban los m

ODA A UN CULO

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  Dos nalgas, por definición forman un culo. María de la O tenía un culo orondo que movía con una gracia sin par. El juego que sus caderas tomaban para congratular las nalgas con sus andares convertían el elemental asunto de deambular en un acontecimiento estelar poniendo a todo el muchacherío en franca acechanza a horas y los lugares por los que transcurría la procesión de María de la O (en realidad ese no era su verdadero nombre sino un apodo compuesto por no se sabe que sinergia con la forma de su culo). No recuerdo la conversación de la noche pasada; al despertar comencé a preparar toda la intendencia necesaria para el viaje, ella, ya se había largado. «Todo está pasando cuando nada parece estar pasando» —pensé mientras ordenaba los gayumbos en la desgastada maleta. Empujé la puerta para otear como despertaba la mañana. Las puertas son las trampas abiertas al porvenir. Tras ellas, ocultas, yacen las llaves oxidadas que dan cuerda a un reloj cuya brújula se perdió entre el

AMISTOSA DESLEALTAD

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  En la noche de los sueños crees estar a salvo y protegido.  Almohadones de fina pluma amparan tus fantasías cual fronteras guardianas de la oscuridad. El sol derrite la careta de cera que ocultaba las sombras de lo que un día creíste era tu redentor.   ¡Felicidades!    Tu publicación  Amistosa Deslealtad  ha llegado a la Portada de Bloguers.net!

IDIOMAS

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  Aprendieron el lenguaje de los cuervos. Se sacaron los ojos.  #Microcuento

ELVIRA Y EL IBUPROFENO

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Elvira sufría desde hacía tiempo tremendos dolores de cabeza. Años de pruebas, de especialistas médicos, de consultas interestelares, de afamados curanderos recomendados por conocidos proclamadores de la magia de aquellos que, no era tal, sino el engañabobos que todo quisqui necesita cuando está desesperado y es capaz de que lo trate el mismísimo Belcebú. Tras la innumerable letanía de pruebas, nadie hasta el momento había conseguido desvelar el origen de aquella carga que asolaba la vida de Elvira. Elvira, camino de la farmacia, va pensando en que quizá se esté pasando con el ibuprofeno y el remedio convierta en enfermedad lo que empezó siendo algo pasajero hasta llegar a cronificarse, trastocando una vida si bien lasa, en maléfico sinvivir. —Una caja de ibuprofeno, por favor Blanca, —Pide a la farmacéutica a quien conoce desde hace años. —¿Otra, Elvira? ¡Pero si te llevaste una el lunes! —Contesta la boticaria. —Sí, pero ya ves hija mía, ¡Este maldito dolor de cabeza qué ac

AGUA

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Agua que limpiaba los campos; agua que brota, salta, ríe, corre por entre rocas provocando cataratas de vida hasta alcanzar la meta. La meta que es el mar…allí se funde con la sal; la sal le pone el punto y la coma al agua de los ríos que fluyen y confluyen en un mar deseoso de su aporte, de su correr, envidiando el viaje que a ellos les es prohibido.   El sol impregna en la aparente laxitud del piélago canas doradas sobre sus aguas, como si con ello quisiera recordarle su senectud… Los paraguas se han amotinado en la caverna del olvido, sus secas lágrimas no entonan más el cántico que recorría bosques, pueblos, asfalto, tiñéndolos de un brillante despertar. Los árboles no lloran. Los pájaros portan plumas resecas, unos y otros han dejado de gemir. El cielo impertérrito ignora la súplica de una naturaleza que pide a gritos llenar sus lagrimales. Ya no hay agua en las hojas de los árboles. Los árboles quieren y no pueden llorar su trágico futuro acechante. La poesía de las t

TODOS LOS MONSTRUOS SON HUMANOS

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  Corriendo, bajo las escaleras del metro, tropezando, hasta llegar a un rellano en el que aparecen tres bifurcaciones; miro los carteles, creo acertar al elegir, pero una vez en el andén veo que me he equivocado. Me pierdo por pasillos imposibles; vuelvo a detenerme ante la angustiosa idea de no acertar y, aterrizo en otro túnel que a su vez ofrece cuatro nuevas oportunidades o bocas por donde perderse.  Siento el pitido de un tren, subo a él con la esperanza de que este sea el correcto; arranca, y al momento me doy cuenta de que he vuelto a confundirme. Miro a mi alrededor; desde el vagón diviso un paisaje que no me resulta desconocido del todo…estoy en mi ciudad ¿Qué hago en este lugar? Bajo del tren, trato de preguntar en información de la estación: nadie en ventanilla… ¿Cómo he llegado hasta ahí si lo que pretendía al tomar el metro en Madrid era aparecer en el cine dónde había quedado con una amiga? Mientras tanto esa sensación inquietante que es como otro órgano de mi cuer

LOS SIETE PECADOS CAPITALES

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  Soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza. Las religiones inventan —cada cual contiene sus mandatos— una serie de premisas, proclamas o, simple y llanamente, normas para tener atado y bien atado al personal que sigue sus enseñanzas. De la soberbia y la ira están bien servidos alguno de los dioses que castigan las desobediencias si no se cumplen a rajatabla sus mandatos. —¡Obedece, si no quieres ser castigado con penas que no imaginas! —grita iracundo un dios cualquiera—. Las religiones se crean a través de la avaricia de algún comandante para tener hincados a sus pies a legiones de incautos creyentes, incapaces de investigar más allá del discurso lanzado con bárbaros intereses. Confundir autoestima con soberbia. Saciar el hambre con una infinita gula. Envidiar hasta los andares del vecino. La pereza de soportar soporíferas conversaciones que ni dos atunes se atreverían a entablar. De la lujuria, no sé qué decir por falta de datos o más bien de una indocumentada

THE LIGHT

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  Lisandro, niño bien, de familia bien, o sea, de posibles, tenía una afición reservada a la gente de alta alcurnia consistente dicho entretenimiento en pilotar una avioneta a la que dedicaba todo su tiempo, tampoco tenía otra actividad como por ejemplo hubiera sido la dedicación a un trabajo cualquiera, no lo necesitaba. Su familia «bien» su linaje, si se quiere definir así, permitía a Lisandro estos lujos: hacer lo que quería aun cuando a su familia el asunto no le cuadraba del todo, preocupados por el posible peligro que conllevaba el pilotaje de aquel bicho como ellos denominaban al aeroplano. Lisandro, si bien era ducho en lo concerniente al pilotaje y al mantenimiento de la máquina era más bien lerdo en asuntos de índole personal, esos, los verdaderamente difíciles de gestionar tales como son las relaciones de naturaleza sentimental sea cual sea el ámbito de sentimientos, ya sean estos amorosos, paternofiliales o cualquiera otros que incluyan la asunción de intercambio en los  se

CÉFIRO #Microrrelato

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  Tierra de impetuosos vientos, no llegó a experimentar la calma que ostentan los días soleados. Sentí la brisa en mi rostro. Sentí que la brisa asentada en los rostros ajenos que me rodeaban bordeaba un mar de inmensas nubes. Quizá era el camino hacia el sol. Quizá…

INFINITUD DE UN VUELO

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  Corría por el asfalto hacia el lago que se divisaba al final de la carretera. Al límite de sus fuerzas apuraba cada zancada impulsado por un resorte interior que jamás le abandonaba.  Sin rendir cuentas más que así mismo, alcanzó la meta donde habitan todos los sueños individuales o colectivos al grito de: «La libertad ilumina todas las cosas».   En el límite de sus fuerzas intentó un salto dibujando una parábola, de tal suerte que, acertó con el vuelo alcanzando así la cúspide de la escultura. Tomada la posición, desde la cumbre, inclinó el cuerpo para proceder al intento de un salto suicida. En la pretensión de despegar los pies de la estatua, ésta, tiró de él como si quisiera adueñarse de su figura e integrarla como parte del conjunto. El árbol en su inmensa paciencia, acostumbrado a la vasta espera en su lucha por la supervivencia, observa la escena sin atreverse a lanzar una de sus ramas al rescate del que, a todas luces, actúa como un suicida; mientras, vigila el espect

PÁJAROS EN EL INSALUD

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A veces cambiar la ruta diaria te lleva a hallazgos como este: una jaula de puertas abiertas y, por consiguiente, vacía. La primavera ausente, huye de este Madrid enajenado por circunstancias ajenas a la voluntad de sus pobladores o para mejor decir, de algunos de tales.  Al ver la pajarera vacante una asociación de ideas me llevó a la canción de Sabina que, alude al hecho de que la situación en este pueblo lleva a los pájaros a la consulta del psiquiatra y a la falta de espacio para sus moradores. Imagino dicha consulta ubicada en un centro de salud colmado hasta el techo, lleno de trinos confundidos, alterados, desafinados y a un posible director de orquesta incapaz acallar el ensordecedor ruido de aquella imprevisible desbandada llamando a una inexistente auxiliar que venga en apoyo de una situación que escapa por completo a su dominio. Incapaz de reconducir el estado desolador de la sala clama atronadoramente una protección que no llega. Pero no hay auxiliar que auxilie, no hay ref