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VIAJE AL FIN DEL MUNDO POR UNA AUTOPISTA NEURONAL SIN MAPA

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«Un viaje al infinito»; había titulado para sí la aventura a la que iba abocarse una vez hubiera terminado los innumerables trámites que se necesitaban para el viaje que le llevaría diez mil kilómetros desde su origen hacia lo que a él se le antojaba como el final de la tierra. Llevaba años programando el periplo para el que siempre encontraba un motivo de aplazamiento. Pelayo Turismundo Sobarbe aterriza recobrando la paz al fin, porque hubo más de un momento en el que pensó que no saldría vivo de ese montón de hojalata al que llamaban avioneta. Tomó tierra en lo que eufemísticamente los lugareños han bautizado como aeródromo, pero que en realidad es una senda de barro y arena con puertas a una gélida llanura. Carga su macuto mientras atraviesa cientos de kilómetros de suelos helados por aquella estepa hasta hoy oculta y desconocida para él. Desde niño fue espantadizo, aunque lo que más miedo provocaba en él era lo que recorría sin parar su cabeza, formando elipses en bucles de nub

CORAZONADA: «EL HOMBRE QUE OLVIDÓ TODAS SUS CONTRASEÑAS».

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Ptolomeo ordenaba sus papiros con primoroso cuidado. Tenía registrados en las estanterías de su biblioteca más de diez mil, según cálculos, papiro arriba papiro abajo; para facilitar la tarea de dar con el que quisiera consultar en un preciso momento colgó de ellos una etiqueta definitoria del contenido, etiqueta que todo hay que decirlo, duraba lo que un caramelo a la puerta de un colegio. Bastaba una apertura de puerta para que el despliegue volandero formara una nube de papel. Ni que decir tiene si el descuido era abrir una ventana, aquello quedaba convertido en un terremoto plieguecil. Cada vez que esto ocurría debía empezar de nuevo a etiquetar estantería por estantería; a raíz de este desafortunado hecho sus ídem comenzaron a amanecer del color de la plata, que a su «querida» Cleo, más que alertarla sobre lo poco o nada atractivo que estaba siendo el paso del tiempo con su «querido», lo que hacía era provocarle un dolor de cabeza peregrino; para mejor decir el ficticio dolor «p

HOJAS MUERTAS

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Arrastrados pasos retumban entre la hojarasca invernal. Pasos a tres pies, a cuatro. Pasos derrumbados, sin rumbo, en busca de destino; sin destino final. Pasos perdidos. Pasos nebulosos que el viento empuja, y alimenta, y cobra para sí un nuevo inmolado.   Pasos desandados. Inmortales pasos, que buscan refugio en la libertad del sueño …   * La imagen pertenece a Remedios Varo: «Camino Árido», 1962. Vinílica/Cartulina.

SACRILEGIO

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La irreverencia de Manuela solo era eso: irreverencia; por más que sus convecinos lo tildaran de sacrílego. Desde que en una procesión de semana santa a la que ella no acudía, pero que veía desfilar a través de su ventana, quiso la mala fortuna que le acompañara la ocurrencia de echarse a reír al ver pasar aquel séquito de damas enlutadas sosteniendo para sí o contra sí un enhiesto cirio, como si la poca luz que emitía la vela fuera una metáfora de su sin saber. A Manuela todo esto le sonaba a circo y para ella lo irreverente era el ataque y la profanación que con ello se hacía hacia la inteligencia de otros seres, esos, los que no eran proclives a tales procesiones ni manifestaciones. Como quiera que la historia lleva sus propios procesos y el universo se confabula en su ayuda, ocurrió que llegando a su casa con el cántaro apoyado en la cadera que venía cargando desde la fuente, vino a tropezarse con el cura, figura de relevancia y sometida a reverencia por aquellos lares y época.

CUENTOS DE MEDIANOCHE

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Una noche cualquiera de un día cualquiera en un momento cualquiera de una existencia anodina cualquiera. Alfredo, cerveza en mano, apoltronado como un cojín viejo sobre el descolorido sofá, miraba sin ver la pantalla aposentada sobre una irregular mesa que el mismo había construido con unas cochambrosas cajas de madera recogidas a los pies de un contenedor. Nada destacable; sus míseros días eran calcados, sin sorpresa alguna y carentes por completo de emoción… Pero –esta conjunción adversativa se inventó para joderlo todo-, aquella noche, una más, otra más igual a las anteriores, algo, vendría a trastocar su «apacible» existencia. Agarró el bote de cerveza como el que se agarra a un bote salvavidas, propinó el último trago, lo dobló hasta convertirlo en un acordeón a la vez que lo lanzaba contra la papelera del rincón sobre la que siempre rebotaba sin conseguir el enceste. El minutero del reloj seguía su camino, impertérrito, nada era capaz de interrumpir su ritmo… ¿Nada? Un

EL LAMENTO DE LA SÚPLICA

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Hay algo en la súplica de desprotección en aquel que la practica. El miedo se adueña del ser suplicante y baila con él un minué en un estanque helado que se resquebraja al mínimo contacto.  Detrás de los ojos del implorante habita escondida una súplica silenciosa por miedo a que la claridad desvanezca el propósito primero. Suplicar es rendirse ante el enemigo invisible que ostenta el poder. La súplica lleva el incombustible disfraz del miedo que no es otro sino el de un bajo amor a sí mismo. Hay quien suplica amor como si estuviera pidiendo unos zapatos nuevos para presumir en la feria. Hay quien simplemente suplica por un techo y un plato de comida: estos han perdido el miedo; el miedo quedó engarzado en la imperante necesidad del subsistir. La tabla del debe y el haber ha de contener un equilibrio. O mejor: un desequilibrio en el que, el debe, gane en esta ocasión al haber. «Debo todas las suplicas de cien años de existencia por no haber suplicado ni cuando quizá, solamente

RENACER

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Subtítulo:  DEL MOSQUITO COJONERO Y OTRAS VIDAS QUE RECORDAR NO QUIERO. Queridos reyes magos de oriente, occidente o del polo norte, que yo no soy exquisita a la hora de elegir, conque hagáis vuestra magia, a mí, me vale. Al final de la carta encontraréis varios adjuntos que he estimado imprescindibles para dejar constancia de que lo que expongo es verdad y no excusas para obtener mis deseos. Lista de archivos adjuntos: —Certificado de penales. (Libre soy de toda culpa). —Certificado de buena conducta. Este, redactado por mí misma, porque quién mejor que yo para saber cómo me he comportado y me comportaré por los siglos de los siglos. —Certificado de estado físico y psicológico. En el que podréis comprobar que aquí también estoy libre de pecado, vamos, que de momento gozo de buena salud. Iba a adjuntar uno que reza sobre mi buen talante a la par que simpatía, pero este redactado por amigas he convenido que no era demasiado conveniente. Las amigas siempre mienten, si te quiere

EL DÍA QUE BORJAMARI PERDIÓ SU OMBLIGO

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Amanece, ¡Qué ya es mucho! contando que son cerca de las dos del mediodía. Borjamari de todos los santos y de los pecadores irredentos, intenta con ufano esfuerzo levantar la cortina de su ojo, párpado que hoy amanece anquilosado y se resiste a izarse cual bandera desprestigiada. En un segundo intento el calambrazo sobre el pliegue protector de la órbita ocelar, hace que la habitación parezca girar cual tiovivo con una hortera música incluida… «El día que Borjamari perdió su ombligo» : En un llavero dorado con incrustación banderetilandil sobre la que aparece un ave de presa, se contonean al paso de los pasos de Borjamari un manojo de llaves que van por el estricto orden de las   administradas cuentas de un rosario, de pequeño a mayor, una serie con patente « madeinborjamari» de los que por cierto desconoce su posible utilidad. Al menos queda descartada la de mayor tamaño; esta lleva en una de sus facetas, grabada, el escudo bicolor con pajarraco incluido… Borjamari, gracias, o

LEONAS

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El mejor regalo que su abuela le hizo fue enseñarla a leer. Desde que la magia de las letras hizo nido dentro de ella, esperaba el momento del día en el que, sumergida en los mundos escritos quedaba abandonada en ellos perdiendo por completo el sentido de la realidad habida alrededor. Manuela mantuvo hasta el final de sus días esa tradición; con los años el cuerpo había ido cambiando su forma, su columna se retorcía cada año como si de un viejo árbol se tratara, pero a pesar de lo dilatado de su espacio, nuevos brotes surgían en él. El deseo de Manuela era vivir otros cien años para seguir leyendo todo lo que el periodo restante no concedería a terminar los muchos libros que quedaban pendientes. Leía libros, revistas, periódicos, pancartas…todo lo que caía al paso, lo encontrado, lo buscado, lo rebuscado y lo que a veces aparecía por arte de birlibirloque. —Eres una leona, Manuela. —Le decía con irónico cariño su bibliotecaria. —Sí, pero yo cuido a mis crías más de lo que h

REDENCIÓN

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Orestes de Balbuena-Ortiz de la Cara Azul, Conde de las marismas y de otros tantos lares, a punto está de rendirse ante el señor con vestido y capa roja que quiere arrojarle a un sempiterno confinamiento. A través de sibilinas proposiciones, el señor de rojo intenta convencerlo de que su redención servirá como ejemplo cristiano para futuras generaciones, dotando a estas de un modelo a seguir: el suyo. —Puedo redimirte por el módico coste de una bolsa de maravedíes, si bien con la premisa hecha de que de caer otra vez en tus despropósitos serás juzgado de nuevo, esta vez sin redención. —Antes muerto que rendido. Usted y toda su corte se pueden largar por el camino que conduce y termina en el barranco de los Desoídos . Yo, de aquí y de mis propósitos no me muevo un ápice. ¡Pardiez!   Era en esa época en la que las religiones –unas más que otras, pero casi todas a la par- dominaban la vida de los seres, los humanos y los otros…razón por la cual amén de su cerrazón recalcitrante a

CAMINANDO POR LAS POSTINERAS CALLES DE MADRID. —La belleza de lo feo—.

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Mañana de recados por el barrio -según dicen por ahí- más postinero de Madrid. Calles donde el lujo se mezcla con la miseria de un colchón tirado entre puertas pintarrajeadas de una sucursal dineraria venida a pique. Aceras mullidas, pasos sin prisa; aquí el tiempo tiene otro sabor, otro olor, otro pasar. Hotel de superlujo con terraza acorde. Señor con estética –al menos el perfil exterior da para pensar- de mandamás. Vestido para la ocasión, porque si algo tiene este barrio es su superioridad en el atuendo: nada fuera de sitio; todo conjuntado, atado y bien perfumado.  El señor aseñorado, se sienta a una de las lujosas mesas en la terraza del lujoso hotel con su copa supongo de Martini o semejante, es la hora del aperitivo. A sus pies sentado en una minúscula banqueta otro señor: este sin la manicura hecha, aunque posiblemente sus manos, estén limpias de todo a pesar de la inmersión betunera de años grabados en ellas. Mientras el señor que limpia y da esplendor, el pez gordo repantin