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OFENSA

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De las piedras sacudidas brota un grito descompuesto, el martillo golpeando su cara desgastada abre grietas ya lañadas. La tierra llora el fruto de su alumbramiento, abortado por una bala que se perdió en el abismo de la insolencia tornando el cielo estrellado en una noche negra. Ella, sumida en su incontrolable hipotimia, ya no lloraba. Ya no reía. El zumbido metálico de mil pies sobre el barro, transitando hacia el abismo, nubló el cielo de gris a violeta. Mientras, el ciempiés de acero aniquila la primavera, trasmutando su verde alfombra en humeante rojo. Una madre llora. Sus hijos malparidos, esparcidos sobre un campo de crisantemos.

SIN ADITIVOS

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Nada como arribar en un caleidoscopio con la percepción desconocedora del arcoíris. En blanco y negro cualquier escena, cara o situación, mejora. Es como si este binomio fuera capaz —de hecho, lo es— de ocultar defectos mejorando para la situación que corresponda el resultado que se persigue. Además, a este enfoque puede añadírsele otro no menos interesante: el de las personas agua; a saber, reúnen las cualidades de este mágico líquido que, si bien en el fluido son un bien, en cualquier individuo adornado por esta cualidad  convierte al mismo en un ser anodino: «incoloro, inodoro e insípido». Hay quienes pasan la vida buscando a esta clase de sujetos, quizá de forma inconsciente claro, y, es que para según quién, resulta muy cómodo lidiar con mentes lasas que no ofrecen resistencia por razón de la materia de la que está construido su sistema neuronal. El discurso creado por siglos de unos magos venidos de Grecia a los que se denomina sabios, nos ha llevado por los derroteros de u

UNA CANCIÓN PRESUNTUOSA, ASONANTE Y DISCORDANTE

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Creo que Caperucita fue el artífice de acrecentar la mala fama del lobo. Es posible que ella no fuera vegetariana. Creo que los siete enanitos y Blancanieves se confabularon para aniquilar la creciente venta de manzanas que amenazaba con desecar las plantaciones de árboles frutales. Creo que los príncipes azules son el invento de unas niñas tontas alienadas por el cine, la publicidad y unos esperpentos de reciente acuñación llamados «influencers». Creo que las brujas hacen una labor indispensable aliándose con dragones y mandando al carajo «cosas» nefastas, desfasadas y contraídas. Creo que el idilio de Tarzán con una mona fue un sueño del interfecto. Creo que el Cid Campomatón , es en realidad un trampantojo… No creo en los reyes denominados « católicos » que como buenos ídem, masacraron todo lo que se les puso a tiro… Creo que las pretendidas enseñanzas o moralejas de «El Principito» son una recopilación de cursiladas pretendiendo una brillantez que les es ajena.

LA REBELIÓN DE LAS REMOLACHAS. UNA FÁBULA, UN CUENTO CHINO Y UN TONTO MUY TONTO

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Aquella mañana en que como cada día el sol estaba despegando por el este, Edelmiro tomó sus aperos, los cargó sobre Cadalmiro , su pollino, y enfiló cuesta arriba hacia el campo de su propiedad. Ya de lejos medio divisa una sombra apostada contra el mojón que señala el límite de su finca. A medida que va acercándose se frota los ojos de los que cae una legaña que piensa es la culpable de la visión que tiene ante él. Un señorito con pintas de querer guardar su apariencia, disfrazado de campesino de salón, está apostado contra el cantón. Edelmiro haciendo gala de esa férrea educación castellana se apresta a dar los buenos días mientras hace una radiografía del pollo en cuestión. —¡Buenos días, buen señor agricultor! —Comenta el engominaó. —Buenos son, si no viene nadie a joderlos. —Contesta Edelmiro. —Y, ¿podría decirme que es lo que tiene aquí plantado? —Remolacha es, o será cuando tenga a bien brotar. Y, ya puestos ¿Quién es usté y que hace aquí? Porque del pueblo no es, y

TENGO GANAS DE VOMITAR

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Benita ya no sabía qué hacer con su hija Berta. Berta, llevaba vomitando desde el día en que abandonó la cuna, en una desesperante y agotadora propulsión de materia líquida, inundando la casa con una capa gelatinosa que Benita no conseguía ya eliminar. Esta se adhería al suelo, a las paredes, al techo en ocasiones, formando caprichosos trampantojos cual antónimos de arte. Benita comentaba el caso con su amiga Adela, aposentada en Suiza desde que terminaron la universidad; se había casado con un médico suizo que aterrizó de Erasmus por estos lares. —Estoy desesperada Adela, de verdad que ya no sé qué hacer. Ningún médico ofrece solución a lo que sea que le esté pasando a Berta…ella está exhausta de tanto vómito, y yo, derrengada ante tanta excreción.   —Hablaré con Nico, seguro que él conoce entre sus colegas a alguien con conocimientos de casos parecidos. Te llamo y te cuento. Según pasaban los días Benita se iba impacientando cada vez más en la espera de una respuesta que an

VIAJE AL FIN DEL MUNDO POR UNA AUTOPISTA NEURONAL SIN MAPA

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«Un viaje al infinito»; había titulado para sí la aventura a la que iba abocarse una vez hubiera terminado los innumerables trámites que se necesitaban para el viaje que le llevaría diez mil kilómetros desde su origen hacia lo que a él se le antojaba como el final de la tierra. Llevaba años programando el periplo para el que siempre encontraba un motivo de aplazamiento. Pelayo Turismundo Sobarbe aterriza recobrando la paz al fin, porque hubo más de un momento en el que pensó que no saldría vivo de ese montón de hojalata al que llamaban avioneta. Tomó tierra en lo que eufemísticamente los lugareños han bautizado como aeródromo, pero que en realidad es una senda de barro y arena con puertas a una gélida llanura. Carga su macuto mientras atraviesa cientos de kilómetros de suelos helados por aquella estepa hasta hoy oculta y desconocida para él. Desde niño fue espantadizo, aunque lo que más miedo provocaba en él era lo que recorría sin parar su cabeza, formando elipses en bucles de nub

CORAZONADA: «EL HOMBRE QUE OLVIDÓ TODAS SUS CONTRASEÑAS».

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Ptolomeo ordenaba sus papiros con primoroso cuidado. Tenía registrados en las estanterías de su biblioteca más de diez mil, según cálculos, papiro arriba papiro abajo; para facilitar la tarea de dar con el que quisiera consultar en un preciso momento colgó de ellos una etiqueta definitoria del contenido, etiqueta que todo hay que decirlo, duraba lo que un caramelo a la puerta de un colegio. Bastaba una apertura de puerta para que el despliegue volandero formara una nube de papel. Ni que decir tiene si el descuido era abrir una ventana, aquello quedaba convertido en un terremoto plieguecil. Cada vez que esto ocurría debía empezar de nuevo a etiquetar estantería por estantería; a raíz de este desafortunado hecho sus ídem comenzaron a amanecer del color de la plata, que a su «querida» Cleo, más que alertarla sobre lo poco o nada atractivo que estaba siendo el paso del tiempo con su «querido», lo que hacía era provocarle un dolor de cabeza peregrino; para mejor decir el ficticio dolor «p

HOJAS MUERTAS

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Arrastrados pasos retumban entre la hojarasca invernal. Pasos a tres pies, a cuatro. Pasos derrumbados, sin rumbo, en busca de destino; sin destino final. Pasos perdidos. Pasos nebulosos que el viento empuja, y alimenta, y cobra para sí un nuevo inmolado.   Pasos desandados. Inmortales pasos, que buscan refugio en la libertad del sueño …   * La imagen pertenece a Remedios Varo: «Camino Árido», 1962. Vinílica/Cartulina.

SACRILEGIO

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La irreverencia de Manuela solo era eso: irreverencia; por más que sus convecinos lo tildaran de sacrílego. Desde que en una procesión de semana santa a la que ella no acudía, pero que veía desfilar a través de su ventana, quiso la mala fortuna que le acompañara la ocurrencia de echarse a reír al ver pasar aquel séquito de damas enlutadas sosteniendo para sí o contra sí un enhiesto cirio, como si la poca luz que emitía la vela fuera una metáfora de su sin saber. A Manuela todo esto le sonaba a circo y para ella lo irreverente era el ataque y la profanación que con ello se hacía hacia la inteligencia de otros seres, esos, los que no eran proclives a tales procesiones ni manifestaciones. Como quiera que la historia lleva sus propios procesos y el universo se confabula en su ayuda, ocurrió que llegando a su casa con el cántaro apoyado en la cadera que venía cargando desde la fuente, vino a tropezarse con el cura, figura de relevancia y sometida a reverencia por aquellos lares y época.

CUENTOS DE MEDIANOCHE

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Una noche cualquiera de un día cualquiera en un momento cualquiera de una existencia anodina cualquiera. Alfredo, cerveza en mano, apoltronado como un cojín viejo sobre el descolorido sofá, miraba sin ver la pantalla aposentada sobre una irregular mesa que el mismo había construido con unas cochambrosas cajas de madera recogidas a los pies de un contenedor. Nada destacable; sus míseros días eran calcados, sin sorpresa alguna y carentes por completo de emoción… Pero –esta conjunción adversativa se inventó para joderlo todo-, aquella noche, una más, otra más igual a las anteriores, algo, vendría a trastocar su «apacible» existencia. Agarró el bote de cerveza como el que se agarra a un bote salvavidas, propinó el último trago, lo dobló hasta convertirlo en un acordeón a la vez que lo lanzaba contra la papelera del rincón sobre la que siempre rebotaba sin conseguir el enceste. El minutero del reloj seguía su camino, impertérrito, nada era capaz de interrumpir su ritmo… ¿Nada? Un

EL LAMENTO DE LA SÚPLICA

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Hay algo en la súplica de desprotección en aquel que la practica. El miedo se adueña del ser suplicante y baila con él un minué en un estanque helado que se resquebraja al mínimo contacto.  Detrás de los ojos del implorante habita escondida una súplica silenciosa por miedo a que la claridad desvanezca el propósito primero. Suplicar es rendirse ante el enemigo invisible que ostenta el poder. La súplica lleva el incombustible disfraz del miedo que no es otro sino el de un bajo amor a sí mismo. Hay quien suplica amor como si estuviera pidiendo unos zapatos nuevos para presumir en la feria. Hay quien simplemente suplica por un techo y un plato de comida: estos han perdido el miedo; el miedo quedó engarzado en la imperante necesidad del subsistir. La tabla del debe y el haber ha de contener un equilibrio. O mejor: un desequilibrio en el que, el debe, gane en esta ocasión al haber. «Debo todas las suplicas de cien años de existencia por no haber suplicado ni cuando quizá, solamente