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¡CÓMO NO SE ME OCURRIÓ A MÍ!

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El taller de arquitectura, chapa y pintura de la calle Desengaño 69 , albergaba todo un conjunto heterogéneo de pupilos y pupilas venidos de menos a más y de más a menos. Llegaban con una mochila cargada de sueños que iba vaciándose a medida que se sucedían las maniobras en el transcurso creativo, convertido en zurullo una vez encima de otra…y otra… Lucía, llegada apenas unas semanas atrás, se veía así misma como la MiguelAngela postmoderna…cargada de ideas que no conseguía cristalizar o embadurnar o modelar… Mirto —ya perdonó a sus padres la asignación atributiva del apelativo—, estaba abducido por el surrealismo, y, sí, surrealista le venía al pelo, porque todo lo que conseguía hacer en el torno era surrealista hasta la raíz misma de esa escuela. Lástima que no fuera apreciada por quien con suma valentía conseguía poner los ojos en la cosa creada desde otra dimensión: el ensimismamiento. Cada miembro del taller tenía su impronta, indefinida, sí, pero de momento y aun por explo

ENTRAR EN BUCLE

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¿Cómo doy formato a esto «loquequieraquesea»? ¡Si no sé ni lo qué es! ¿Cómo escribo sobre lo que escribo, sobre lo que borro, sobre lo que pienso, sobre lo que ignoro? Ni bucle de oro, ni bucle de plomo… Este bucle solo lo deshace la bruja que desde la oculta «biblioteconomiestría» —este palabro es patrimonio brujil—   maneja a los pobres diletantes que creen poseer las letras… Borro, escribo, pienso…escribo, borro, pienso… No pienso: luego, no escribo, ni borro… Desde mi bucle dorado espero el momento en que un viento alado —o desalado—borre de mi mente todas las letras sobrantes de un texto que, en blanco, lucirá mejor. ¡Qué bucle! ¡Por el amor de todas las letras!                                                         —¿Quién ha dicho eso? —Pío, pío, pío… —Yo: ni pío…

RITUALES

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Cada mañana el despertador es el anunciante inmisericorde del ritual que inicia con el amanecer. Así, de entrada, en el nuevo día nada hacía presumir los acontecimientos futuros. Pero … ¡Cagüen t’ó! ¡Siempre hay un, ‘pero’ ! … Fue entrar al baño y ver su figura reflejada en el espejo que como de todos es sabido es un artefacto sin alma…y ver que le faltaba una oreja… ¡Sí!, ¡Una oreja! Así como suena…—en este caso sin sonido— en su lugar, una oquedad fría y muda… ¡Mi oreja! ¿¡Dónde está mi oreja!? … ¡La madre que parió al pato de colores!… ¿¡Qué cojones ha pasado aquí!? … Ofelia lo llamaba desde la cocina para el desayuno, pero, él, no podía oírla, o para mejor decir: oía la mitad del mensaje con el otro órgano que de momento seguía ahí, donde lo pusieron al nacer… —¡Federico! ¿Es que no me escuchas? ¡Qué hombre! —grita Ofelia por cuarta o quinta vez. Federico, llora ante el inmisericorde espejo. No entiende nada. No puede comprender como se perdió su oreja, así, sin prev

LOS ÚLTIMOS CONQUISTADORES

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—Enhébrame la aguja, hijita…—pide la abuela. Los ojos cansados de tanto visto, tanto pasado, se le llenan de lágrimas. Una tela que apenas permite traspasar un rayo de claridad para seguir remendando lo que será pan para hoy y hambre para mañana cuando al uso se abrirá de nuevo dejando en el aire el remiendo que tan trabajoso resultó. Como cada tarde cosían al amor de la solana cuando era el buen tiempo. Al llegar los primeros fríos el corredor con sus cristaleras amparaba los zurcidos de la abuela y los bordados que la nieta se afanaba en terminar por aquello de: «por si acaso». —Abuela cuéntame… —¿Por dónde íbamos? ¡Ah, ya! Pues como te iba contando. Amalio y Daria habían nacido en el mismo barrio por lo que se conocían desde la cuna. Una vez destetados compartieron años de juegos y escuela hasta llegar a la mocedad que, aunque no es mala época es la etapa de los más amargos y a la vez dulces sinsabores. Él, la observaba cada tarde cuando bajaba al caño a llenar el cántaro y,

SONIDOS

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El sonido de las gotas de agua resbalando en procesión formaban un río en el transcurso del cual, al atravesar tierras y personajes, encontrarían reposo en un mar de gotas conjuntas venidas de todos los mundos pretéritos y futuros. En absoluto era suave su sonido. Resultaba martilleante, inapropiado a su propia presunta naturaleza anunciadora de serenidad. Como el tañido de una campana que despierta instintos dormidos, invitando a la tragedia, poniendo fin a ese tic-tac resbaladizo quebrantador de voluntades. La lluvia seguía con su escándalo machacón, incansable, mojando el cristal, formando un caleidoscopio por el que atravesar la barrera para llegar al sol. ¡Oh! ¡El sonido del sol! ¡El sonido del calor del color del ardor! ¡El antagónico sonido de la luz enfrentado al azul polar del líquido! En pugna ambos, disputándose el trono de un reino que yacía mudo, engastado en un pilar de silenciosos sonidos donde habita la paz, y, en el que dos gotas de agua, jamás son gemelas,

LA ÚLTIMA CENA

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Cada vez que llevaba una cucharada cargada de sopa a la boca, acercándola a esta e introduciéndola a la vez que provocaba un ruido semejante al que hubiera producido el desbordamiento de las cataratas del Niágara, los comensales sentados a su alrededor, estaban obligados a sostener la risa que hubiera convertido en tremendos aspersores «sopapasos», esa parte de la faz que les servía como vehículo de carcajeo, por el cual, eran alimentados, además de ostentar el cargo de señora del habla ininteligible de algunos, raro en otros, culta, en los menos. Señor de postín —se creía— el muy estulto; por no ser, no era de alta cuna ni de baja cama. Solo un pobre diablo al que Salamanca no prestó lo que natura no la había dado. Falto de una clase que creía poseer, presumiendo a diestro y siniestro de su fortuna —dineraria— porque otra no tenía… Era laso, cateto, fatuo y mentecato…todo a la vez, así, sin despeinarse. Si alguien osaba hacerle ver el defecto de sus «sorbidos», arrojaba sobre el s

ADIÓS

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Adioses reticentes. Convenientes adioses. Adioses inconvenientes, influyentes, incongruentes. Mi adiós es mi paz. Tu adiós es la guerra. Hay en los adioses toda una declaración de intenciones: yo me voy, tú, te quedas. No me digas adiós; quédate en el adiós. ¡Ven ahora! ¡No! ya dije adiós. Los adioses definitivos, los adioses fingidos. Los adioses con valor y sabor a tesoro. Los adioses de lata, Los adioses de paja, esos adioses donde te vas para quedarte en un adiós inútil de barbecho, esperando, tal vez, una cosecha de adioses donde refugiar un saludo de bienvenida. La palabra adiós es una palabra triste, como fregadero, ventilador o caleidoscopio. No te digo adiós. En mí solo cabe un imprevisible: ¡ hasta luego!