Estaba justo enfrente del lado opuesto a la salida cuando las puertas se abrieron y, el hasta entonces vagón poblado de robóticas figuras silenciosas, absortas en los infernales destellos de sus pantallas, se abrió paso la música de una pequeña banda local que, inusualmente visitaba la ciudad con el fin de animar a su equipo deportivo enfrentado hoy a un claro y superior rival. No entiendo nada de himnos y banderas, mi analfabetismo deslustrado en estas materias no me permitía ubicar al grupo, pero ¿Qué importancia podía tener eso? Mis posaderas tomaron sin permiso posesión de mi esqueleto y comenzaron a balancearse a su antojo, dicho queda que, de forma totalmente automática, y, como quiera que sea que aquel gaznápiro integrante de la banda debió tomar la cadencia de mi grupa como signo de provocación, posó su mano sobre mi anca mientras aplicaba un refriego de forma circular como si quisiera sacarles brillo. Al igual que mis caderas se habían movido como un acto reflejo, mi m